(Originalmente
llamado; La relatividad del texto.)
Uno podría pensar que la única función de la hoja es el hecho de ser
relatado, hablado a través de una pedazo de nada, pero una hoja en blanco es un
campo de guerra y más, quizá haya quienes apliquen al escribir las leyes de la
física, o leyes cuánticas para dejar el texto “bien” moldeado acorde a la hoja,
o quizás para que lo que se escribe quede armoniosamente establecido en esa
cabeza también llamada materia gris. Porque las palabras deben tener en el
lector tal potencia que a razón tiempo-espacio le atrapen. Básicamente a la
cuestión que pretendo referirme es al hecho de que todo es más
complejo de lo que parece, una hoja en blanco puede llegar a abarcar diversos
planos tanto del ente humano, como de la realidad, los espacios en blanco, vacíos,
son peligrosos…
Déjame contare una breve historia;
Un viejo enloqueció al leer una columna en la gaceta “De journ”, ¡mi
columna!.
El tópico de dicho breve texto versaba sobre cuestiones meramente
políticas, tópicos de sobremesa que uno puede llegar un día y contarle a su
abuela sin entender ni cagada… Pero, esto cabe aclararlo, no sé qué le llevó a
la locura, las razones del viejo eran más profundas…
¿Sabes quién escribió la columna?, Te lo re-afirmo, lo hice yo.
Cuando acudí a la consulta de Doctor R. que en aquél momento le atendía
al viejo enloquecido por mi columna con antipsicóticos (risperidona y demás
cosas por el estilo), me pareció más que extraño, ya que me miró a los ojos de
manera sombría, seguida cuenta dijo ensimismado; “Le hace creer a uno que está
loco”…
Me extrañó el hecho de que se limitara Doctor R a articular solo
aquellas frases al verme, ya que era conocido por todos en el giro por el hecho
de ser un gran versador sobre la materia…
El sol salía y no me hicieron esperar, ingresé a la habitación de aquél
viejo, dicha habitación empataba más que bastante bien con todo el
clisé de un cuarto de hospital psiquiátrico, habitación 6 mts x 6mts,
acolchada, y el viejo loco con un brutal amarre acuartelado en una esquina.
Comencé a hablar con el viejo. Al inicio parecía un poco huraño y
desorientado, pensé debía ser cuestión de la farmacología;
“¡Buenos días!”-. Articulé...
Lentamente salió de su letargo, levantó el torso y dio un giro de cadera
aún sentado de casi 180 grados sólo para mirarme fijamente a los ojos.
¡Aquella mirada era sumamente aterradora!
"Buenas tardes" me dijo, y sonrió cortésmente. En aquella
sonrisa había un dejo de malicia.
¿Buenas tardes? me dije a mí mismo, pensando en el hecho de que aún era
temprano.
Por un momento consideré que aquello que dijo el viejo loco era un
sinsentido producto de su deplorable condición, porque había ingresado a la
habitación apenas a las 10 de la mañana
No me quedó otra opción mas que reír torpemente, en tono de complicidad
con el viejo loco.
También sonrió, a pesar de yo tener la certeza de mirar sobre su canosa
cabellera caer el sol matutino
“Lo estaba esperando” me dijo, seguidamente de articular “ayúdeme joven”
(sin expresión de molestia alguna), eche un vistazo a mi reloj…
Su mirada se fijó en mí retadora y maliciosa…
Me percaté de manera lejana en su muñeca ví un casio actual de
manufactura china, tome al viejo por el codo para ayudarle a incorporarse, era
más ligero de lo que aparenteba.
Al ponerlo de pie me interpeló
“¡Éche un vistazo!”, señalando a su reloj
Lo que ví en aquél
reloj que portaba el loco era inexplicable;
Ví los orígenes de la
vida, ví la muerte, ví mi muerte interpretada de infinitesimales maneras
multiplicada por π, además las infinitesimales muertes que en vidas anteriores pasé, miré
especies y tierras para las cuales no existen denominaciones, especies
terrestres abrumadoras, vi el origen de la enfermedad, y la partícula que
lo inició todo, entonces comprendí el absoluto, comprendí que el mensaje que
brindaba para el viejo en la columna tenía razón, supe que el viejo tenía
razón…
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