Recuerdo con nostalgia aquellos tiempos antaño cuando pequeño, el verano se aproximaba. Cuando por vez primera en dicha estación del año, el cielo se precipitaba, las nubes comenzaban a juntarse en el horizonte, para posteriormente posarse sobre nuestras cabezas, y dejar fluir su contenido. La noche finalmente vencía al día y comenzaba el espectáculo; Por estruendorosa que fuera la tormenta no había nada que me horrorizara, de alguna forma sentía el cobijo de una fuerza equiparable a eso denominado dios la inmensidad, la fe o un estado hipermaniaco...
Hoy en día por desgracia he perdido lentamente la capacidad de soportar siquiera un día soleado, toda aquella omnipotencia y ganas que de mí fluían, se han ido, con mi niñez se han ido, y no han dejado en mí más que un desierto que con el paso del tiempo afluye, crece, y se estanca con cada minuto que transcurre, para después lentamente ahogarme en un océano de incertidumbre donde solo quedó yo a la deriva esperando a que algo pase.
Supongo y debo, quiero creer todo sea como algunas de las frases trilladas que se suelen coloquialmente enunciar; "no todos los días son soleados", "hay momentos buenos, y malos", o "todo parte desde el punto en el que se mira"...
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