Si hubiera de morir dentro de unos instantes, escribiría
estas sabias palabras: árbol del pan y de la miel, ruibarbo,
cocacola, zonite, cruz gamada. Y me echaría a llorar.
Uno puede llorar hasta con la palabra “excusado” si tiene
ganas
de llorar.
Y esto es lo que hoy me pasa. Estoy dispuesto a perder hasta
las
uñas, a sacarme los ojos y exprimirlos como limones sobre la
taza
de café. (“Te convido a una taza de café con cascaritas de
ojo,
corazón mío.”)
Antes de que caiga sobre mi lengua el hielo del silencio,
antes de
que se raje mi garganta y mi corazón se desplome como una
bolsa de
cuero, quiero decirte, vida mía, lo agradecido que estoy, por
este
hígado estupendo que me dejó comer todas tus rosas, el día
que entré
a tu jardín oculto sin que nadie me viera.
Lo recuerdo. Me llené el corazón de diamantes -que son
estrellas
caídas y envejecidas en el polvo de la tierra- y lo anduve
soñando
como una sonaja mientras reía. No tengo otro rencor que el
que tengo,
y eso porque pude nacer antes y no lo hiciste.
No pongas el amor en mis manos como un pájaro muerto.
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