sábado, 18 de agosto de 2012

La niña bonita



Soy Manuel, tengo veintiún años. En unos meses cumpliré veintidós, pero aún no, aún tengo veintiuno. Estudio octavo de enfermería y hago el servicio en el “Santa Martha”, un hospital privado que está por el centro de la ciudad, pero en una colonia de dinero, de esas en las que la gente en sus casas no hace ruido. Entro a la una y ya voy retrasado.

Voy en el autobús, estoy sentado del lado de la ventanilla porque me gusta sentarme del lado de la ventanilla, de esa manera puedo mirar hacia afuera sin que parezca que estoy viendo a quien esté a mi lado y resulte incómodo. Aunque normalmente nunca miro nada que me llame la atención… hoy parece ser la excepción: una niña muy bonita está en la parada y se prepara para abordar; el autobús se detiene y ella sube; el tiempo también se detendría si esto fuera una película de pubers de las que pasan los sábados por la tarde en las que las mujeres entran y agitan su larga cabellera en slow. El tiempo sigue su curso normal, pero en mi cabeza hago como que se detiene y miro su cabello, que es negro y sí es algo largo pero está aprisionado por una coleta; su piel es blanca, a mí me gustan las pieles blancas, siempre me imagino que tienen que saber a leche y a mí me gusta la leche, pero sólo la que viene en envase de cartón, porque siento que tiene más estilo, no como esos insípidos recipientes de plástico; creo que el recipiente de cartón le da un sabor peculiar a la leche y por eso me gusta más; eso sin contar, que uno puede ponerse a leer el cartón de leche y sus promociones o avisos durante un desayuno a solas y sin periódico, pero cuándo se ha visto que alguien se ponga a leer un envase de plástico, eso debe ser para perdedores.

Precisamente hoy el día había comenzado mal, pues al parecer Joaquín se había terminado el último litro de leche que quedaba, y seguro lo hizo sólo por molestar, porque a él ni le gusta la leche como me gusta a mí, pero así es Joaquín, nada más le interesa estar chingando. Tuve que ir a la tienda para comprar otro cartón de leche, para poder prepararme mi tazón diario de cereal y empezar el día como se debe: por eso se me hizo tarde, todo por culpa de mi hermano… bueno, ya se largará algún día… me pregunto si a la niña bonita también le gustará la leche.

La observo pagar el pasaje y veo el color lila de su liga de cabello que combina con su pequeña blusa de tirantes. Sus pechos son pequeños pero están bien proporcionados de acuerdo a su cuerpo, debe andar rondando los quince o los dieciséis, lleva un pequeño y ajustado short de mezclilla color azul que deja ver la silueta de sus glúteos que, debo decir, me resultan muy apetecibles: son una perfecta culminación para ese par de piernas.
No podría verse mejor, y vaya que yo sé de piernas, pues mi madre, que es masajista, en ocasiones me dejaba ver cómo le daba masajes a sus amigas cuando yo era pequeño. Les cobraba veinte pesos por un masaje de una hora; ella, mi madre, se dedicó profesionalmente a eso de los masajes, y ahora de vez en cuando sale en televisión pues la invitan a mostrar cómo trabaja, a explicar los beneficios que los masajes les pueden dejar a las televidentes; ella está feliz, pues sus apariciones generalmente son en esos programas de mediodía que a ella tanto le gustaba ver mientras hacía la comida. Hoy iba salir mi madre en televisión. Me hubiera gustado verla… seguramente ella estaría de acuerdo en que la niña bonita tiene unas piernas perfectas.

Ella se acerca y se sienta junto a mí. Sé que debería hablar con ella, pero nunca he sido bueno para manejar estas situaciones… bueno, entiendo básicamente lo que tengo que hacer: hablarle. Pero eso no quiere decir que sea algo fácil, siempre me pongo demasiado nervioso y la oportunidad se me va… la veo, y más titubeante que decidido…

- ¡Hola! – dejo salir en un acto involuntario.

...creo que la he saludado, pero como no estoy seguro de haberlo hecho en voz alta decido voltear a verla y cerciorarme: aún me queda la esperanza de haberlo dicho sólo para mí, que haya sido algo inaudible para cualquier otra persona.

- ¡Hola!- dice ella con voz dulce y sonríe.

Ella es gentil y su voz es tal como me había imaginado cuando vi su rostro, yo estoy muy tenso, estoy sudando y ella sigue sonriendo; trato de verla directamente y articular una frase, la que sea, pero no lo logro; no existe forma de que ella pudiera gustarme más. Sus ojos son negros y enormes. Yo intento corresponder la sonrisa, pero mis músculos están tan tensos que no logro sonreír, en el intento sólo consigo dibujar una mueca extraña sobre mi rostro que parece cualquier cosa menos una sonrisa: eso me hace sentir tan incómodo que decido volver a la seguridad que me da la vista de la ventanilla.
Después de algunas miradas curiosas que me brindan algunos transeúntes me doy cuenta de que esa mueca todavía está en mi cara.

Pasados algunos minutos mis músculos faciales van volviendo a la normalidad, y yo pienso que debería voltear y decirle algo más, al fin y al cabo ya di el primer paso que es el de mayor dificultad, sólo que no sé qué decir pues ya han pasado más de cinco minutos desde el saludo sin que nadie haya dicho nada. De todas formas yo estoy decidido: le voy a preguntar su nombre, ella me lo dirá y me preguntará el mío, yo se lo diré y luego la plática fluirá.

Espero que a la niña bonita le guste la leche, yo nunca podría estar con una mujer a la que no le gustara la leche: “Nunca te cases con una mujer a la que no le guste la leche, no sirven para tener hijos” solía decir mi madre; nunca entendí muy bien lo que quería decir con eso, pero no importa, debe tener la razón, después de todo, mi madre nunca me mentiría…

Volteo hacia ella, ella está viendo al frente. Estoy decidido a preguntarle su nombre, pero justo cuando estoy por hablarle, el bolsillo de su short empieza a timbrar.

- ¿Bueno?... ¡hey, hola!… sí, ya voy en camino… llego como en diez o quince minutos… bye, besos.

La veo hablar por el móvil y después colgar. Me desanimo. Eso de “besos” casi aniquila toda esperanza de éxito en este intento de conquista casa-trabajo. Sin duda tiene novio, aunque podría tratarse solamente de un amigo, o alguna amiga... ¿una tía?, su mamá; las mujeres son muy cariñosas entre ellas, podría incluso tratarse de su abuela, las personas le mandan besos a las abuelas todo el tiempo. No las culpo, es más fácil que visitarlas.

Estoy viendo por la ventanilla y reconsiderando el plan, pues no estoy seguro de que mi anterior, y muy repentina, seguridad siga en pie... creo que lo mejor sería hablarle porque es muy probable que no tenga otra oportunidad, además si sale mal lo más seguro es que no la vuelva a ver. Debería aprovechar el momento, porque situaciones como éstas no se viven todos los días, una vez cuando…

El camión hace una parada y veo a la niña bonita caminar por la banqueta. Ella se aleja y se pierde en una calle. Qué importa, seguro que no le gustaba la leche.

Es la una con veinte y estoy en el “Santa Martha”: llegué tarde. Saludo a Carlos. Carlos es mi amigo. Está algo loco pero me cae bien. Mi compañero de trabajo es un tipo bastante peculiar, probablemente su descripción pudiera sonarles algo dura, pero no encuentro otra manera de definirlo, y es que él es necrófilo y homosexual: esa combinación irremediablemente me hace desear que él muera primero que yo. Sé que tal vez no se oye como una buena persona, pero cuando expone sus razones, y explica por qué no afecta a nadie con su pasatiempo, las cosas no sólo no suenan tan mal, sino que termina uno por comprenderlo y hasta poniéndose un poco de su lado. Nunca he entendido cómo se las arregla para satisfacer sus necesidades, porque hasta donde yo sé él siempre ha sido pasivo, pero tampoco estoy preparado para pedirle detalles: la curiosidad resulta aún reprimible. Tal vez un día no muy lejano las cosas cambien y entonces las dudas se disipen.

Carlos y yo hemos entrado a la morgue en repetidas ocasiones y me ha invitado a ser partícipe de sus aficiones, respetando mis preferencias claro está, pero siempre he tenido que rechazar sus atenciones.

Carlos es un buen amigo, él siempre me ha procurado mucho: una vez llegó una mujer rubia que estaba bastante bien: era bailarina desnudista, la había matado su esposo en un ataque de celos; tenía tres puñaladas en el vientre; Carlos la limpió y quedó perfecta, como si nada hubiera pasado: la había arreglado sólo para mí; la palidez de su piel me resultaba excitante. Es la vez que más tentado me he sentido, pero tuve que negarme: nunca me han gustado las mujeres rubias.
Mi peculiar compañero se sirve de dos o tres ejemplares por mes, yo soy algo distinto, yo sólo me conformo con besar y acariciar los cuerpos de las mujeres inconscientes cuando los familiares están fuera o están dormidos. Carlos me dice que eso es más peligroso y que debería ser como él y jugar a lo seguro, pero no me importa porque yo soy muy cuidadoso y los familiares nunca se dan cuenta; lo hago mientras cambio las sábanas de las pacientes que me resultan particularmente jóvenes y atractivas, siempre me aseguro de que nadie me esté viendo antes de hacerlo. Me encanta cambiar las sábanas.

El día está lento. No hay mucha actividad en el hospital, así que nos ponemos a platicar con Sonia, la recepcionista:

- ¿No vieron a la que llegó hace rato?- nos pregunta
- No- contestamos Carlos y yo
- Tiene un hoyo en la cabeza, es como del tamaño de una pelota de beisbol- nos asegura la mujer emocionada y haciendo la mímica de sus palabras.

Como Carlos es algo morboso, y no creo estar sorprendiendo a nadie al mencionarlo, nos dirigimos a la morgue. Y la veo, ahí está ella.

- Es “la niña bonita”- digo yo.
- ¿Quién?- pregunta Carlos.
- “La niña bonita”- digo, y luego miento- no recuerdo cómo se llama, pero veníamos platicando en el autobús de camino acá.
- ¿Te gusta?
- Me gustaba más sin ese boquete en la cabeza.
- Eso lo arreglo en cinco minutos- dice él y se dispone a cumplirlo.

Yo la veo a ella mientras Carlos saca de su bata, con gran agilidad, bolsas con algodón, agua oxigenada, hilo, aguja, maquillaje y más objetos de los que no puedo percatarme. En menos de los cinco minutos que había presumido la niña bonita está lista y luciendo justo como la había visto algunas horas atrás.

- Uno siempre debe estar preparado, no hay nada como un cuerpo fresco- dice mi amigo mientras limpia y guarda los residuos de su trabajo.

Carlos pone un condón en mi mano y sale del lugar, diciendo:

- Hay que tener cuidado, nunca se sabe cuándo te vas a topar con un enfermo.

Él siempre cita esa frase con un tono de ironía, y nunca ha dejado de parecernos divertida.
Ahora me encuentro solo frente a ella. Sí, Carlos siempre ha sido un muy buen amigo. Veo a la niña bonita, allí, acostada sobre la plancha de metal. Está tapada hasta el cuello con una sábana azul, tomo la sábana y la empiezo a bajar, sus pechos quedan al descubierto. El tono de su piel ahora asume un ligero toque azulado, sus pezones tienen un tono rosa claro: están algo resecos, como todo su cuerpo. Decido humedecerlos con mi boca, sigo con el resto de su seno que cabe en mi mano con facilidad. Tenía razón: su piel posee ese sabor a leche. La despojo de la sábana por completo y puedo ver su sexo que está oculto tras una tenue capa de delgados bellos café, y me quedo inmóvil, contemplándola. Estoy aquí, solo, frente a ella: “la niña bonita”, “mi” niña bonita.

Y en este momento, al verla acostada, desnuda, hermosa, perfecta, y yo con su sabor a leche aún en mis labios y deseando bebérmela por completo, no puedo otra cosa que pensar: “¿Por qué no?”.

Israel Landeros

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