jueves, 30 de agosto de 2012

Apostrofando a Humberto


Sólo quiero que escuches la historia de mi tío Humberto. Era alérgico al polen y siempre tenía la nariz colorada y los ojos vidriosos. En realidad era alérgico al aire: todo lo que viajaba en él lo lastimaba. Tenía cuatro muelas de oro y podía recitar el abecedario en un solo eructo. Buena gente, mi tío Humberto. Se casó con una bruja de magia blanca. Todos sus hijos murieron a los cuatro años. Tuvo doce. Le gustaba jugar fútbol los domingos y después beberse un cartón de cervezas él solito. Era portero.

Se fue a jugar, pues, y en el momento en que viajaba por los aires para detener un tiro chanfleado al ángulo derecho, lo picó una abeja en un cachete. La pelota entró y mi tío cayó aterrorizado al suelo. Los contrincantes celebraron el gol y los compañeros se culparon unos a otros. Mi tío se levantó de un salto y comenzó a correr con rumbo a los vestidores en busca de su medicina. No llegó; Las piernas y los brazos se hincharon en segundos y era imposible definir dónde comenzaba la cabeza y dónde acababa el cuello. El cuerpo de mi tío era un tumor creciendo justo en la media cancha y nadie supo qué hacer; Una bola de carne restirada y manchada de moretones oblicuos se revolcaba en sus narices, emitiendo guturales alaridos y destrozando los shorts y la camisa, como un Hulk a punto de nacer.Mi tío reventó ahí mismo. Su carne se rompió y dejó escapar litros y litros de un líquido rosado y fragante. Todos vieron anonadados cómo la materia corporal se disolvía sobre el pasto, en un proceso orgánico a la velocidad de la luz, dejando solamente aquel adorable e indefinible aroma en el aire.

Cuando nos llamaron para comunicarnos lo ocurrido y fuimos presurosos al lugar del accidente, nos encontramos con un montón de futbolistas aficionados hincados y tomados de las manos, en una especie de comunión mística, alrededor de un macizo de girasoles muy grandes pintados en el medio campo. Dejaron de rezar y nos contaron que ahí mismo era donde mi tío había caído, que los girasoles crecieron espontáneamente, que ellos estaban maravillados y que las cuatro muelas de oro, única prueba de que aquello era mi tío, estaban todavía en el lugar. Mi tía Laurita, su esposa, entró en la floresta y encontró las muelas. Apenas estuvo nuevamente fuera, gritó despavorida: “¡Abejas!”

La cancha cerró durante quince días. La cantidad de abejas llegó a números apocalípticos y los residentes de los alrededores estaban literalmente paralizados dentro de sus casas. Curiosa labor para el H. Cuerpo de bomberos: incendiar un campo, apagarlo, fumigarlo, desyerbarlo y dejarlo ahí, hecho trizas.
Todos los bomberos fuero picados. Ninguno desertó.
Mi tía Laurita se encerró en su recámara y se tragó una de las muelas de su marido. Desnuda, se paró frente al espejo. Tomó unas tijeras y cortó a tajos su largo cabello negro. Después se acostó en la cama y esperó. Su vientre comenzó a calentarse y suaves ondas le ablandaron los huesos.
Con un dolor sólo comparable al del parto, comenzó a orinar un chorro de oro fundido que acabó por deshacerle las entrañas.

¿Por qué me cuentas todo esto?

martes, 28 de agosto de 2012

No sólo quien nos odia.

No sólo quien nos odia o nos envidia
nos limita y oprime; quien nos ama
no menos nos limita.

Que los dioses me concedan que, desnudo
de afectos, tenga la fría libertad
de las cumbres sin nada.

Quien quiere poco, tiene todo; quien quiere nada
es libre; quien no tiene, y no desea,
siendo hombre, es igual a los Dioses.

Fernando Pessoa

lunes, 20 de agosto de 2012

Dagón




Escribo esto bajo una fuerte tensión mental, ya que cuando llegue la noche habré dejado de existir. Sin dinero, y agotada mi provisión de droga, que es lo único que me hace tolerable la vida, no puedo seguir soportando más esta tortura; me arrojaré desde esta ventana de la buhardilla a la sórdida calle de abajo. 

Pese a mi esclavitud a la morfina, no me considero un débil ni un degenerado. Cuando hayan leído estas páginas atropelladamente garabateadas, quizá se hagan idea —aunque no del todo— de por qué tengo que buscar el olvido o la muerte.

Fue en una de las zonas más abiertas y menos frecuentadas del anchuroso Pacífico donde el paquebote en el que iba yo de sobrecargo cayó apresado por un corsario alemán. La gran guerra estaba entonces en sus comienzos, y las fuerzas oceánicas de los hunos aún no se habían hundido en su degradación posterior; así que nuestro buque fue capturado legalmente, y nuestra tripulación tratada con toda la deferencia y consideración debidas a unos prisioneros navales. En efecto, tan liberal era la disciplina de nuestros opresores, que cinco días más tarde conseguí escaparme en un pequeño bote, con agua y provisiones para bastante tiempo.

Cuando al fin me encontré libre y a la deriva, tenía muy poca idea de cuál era mi situación. Navegante poco experto, sólo sabía calcular de manera muy vaga, por el sol y las estrellas, que estaba algo al sur del ecuador. No sabía en absoluto en qué longitud, y no se divisaba isla ni costa alguna. El tiempo se mantenía bueno, y durante incontables días navegué sin rumbo bajo un sol abrasador, con la esperanza de que pasara algún barco, o de que me arrojaran las olas a alguna región habitable. Pero no aparecían ni barcos ni tierra, y empecé a desesperar en mi soledad, en medio de aquella ondulante e ininterrumpida inmensidad azul.

El cambio ocurrió mientras dormía. Nunca llegaré a conocer los pormenores; porque mi sueño, aunque poblado de pesadillas, fue ininterrumpido. Cuando desperté finalmente, descubrí que me encontraba medio succionado en una especie de lodazal viscoso y negruzco que se extendía a mi alrededor, con monótonas ondulaciones hasta donde alcanzaba la vista, en el cual se había adentrado mi bote cierto trecho.

Aunque cabe suponer que mi primera reacción fuera de perplejidad ante una transformación del paisaje tan prodigiosa e inesperada, en realidad sentí más horror que asombro; pues había en la atmósfera y en la superficie putrefacta una calidad siniestra que me heló el corazón. La zona estaba corrompida de peces descompuestos y otros animales menos identificables que se veían emerger en el cieno de la interminable llanura. Quizá no deba esperar transmitir con meras palabras la indecible repugnancia que puede reinar en el absoluto silencio y la estéril inmensidad. Nada alcanzaba a oírse; nada había a la vista, salvo una vasta extensión de légamo negruzco; si bien la absoluta quietud y la uniformidad del paisaje me producían un terror nauseabundo.

El sol ardía en un cielo que me parecía casi negro por la cruel ausencia de nubes; era como si reflejase la ciénaga tenebrosa que tenía bajo mis pies. Al meterme en el bote encallado, me di cuenta de que sólo una posibilidad podía explicar mi situación. Merced a una conmoción volcánica el fondo oceánico había emergido a la superficie, sacando a la luz regiones que durante millones de años habían estado ocultas bajo insondables profundidades de agua. Tan grande era la extensión de esta nueva tierra emergida debajo de mí, que no lograba percibir el más leve rumor de oleaje, por mucho que aguzaba el oído.

Tampoco había aves marinas que se alimentaran de aquellos peces muertos.

Durante varias horas estuve pensando y meditando sentado en el bote, que se apoyaba sobre un costado y proporcionaba un poco de sombra al desplazarse el sol en el cielo. A medida que el día avanzaba, el suelo iba perdiendo pegajosidad, por lo que en poco tiempo estaría bastante seco para poderlo recorrer fácilmente. Dormí poco esa noche, y al día siguiente me preparé una provisión de agua y comida, a fin de emprender la marcha en busca del desaparecido mar, y de un posible rescate.

A la mañana del tercer día comprobé que el suelo estaba bastante seco para andar por él con comodidad. 

El hedor a pescado era insoportable; pero me tenían preocupado cosas más graves para que me molestase este desagradable inconveniente, y me puse en marcha hacia una meta desconocida. Durante todo el día caminé constantemente en dirección oeste guiado por una lejana colina que descollaba por encima de las demás elevaciones del ondulado desierto. Acampé esa noche, y al día siguiente proseguí la marcha hacia la colina, aunque parecía escasamente más cerca que la primera vez que la descubrí. Al atardecer del cuarto día llegué al pie de dicha elevación, que resultó ser mucho más alta de lo que me había parecido de lejos; tenía un valle delante que hacía más pronunciado el relieve respecto del resto de la superficie. Demasiado cansado para emprender el ascenso, dormí a la sombra de la colina.

No sé por qué, mis sueños fueron extravagantes esa noche; pero antes que la luna menguante, fantásticamente gibosa, hubiese subido muy alto por el este de la llanura, me desperté cubierto de un sudor frío, decidido a no dormir más. Las visiones que había tenido eran excesivas para soportarlas otra vez. A la luz de la luna comprendí lo imprudente que había sido al viajar de día. Sin el sol abrasador, la marcha me habría resultado menos fatigosa; de hecho, me sentí de nuevo lo bastante fuerte como para acometer el ascenso que por la tarde no había sido capaz de emprender. Recogí mis cosas e inicié la subida a la cresta de la elevación.

Ya he dicho que la ininterrumpida monotonía de la ondulada llanura era fuente de un vago horror para mí; pero creo que mi horror aumentó cuando llegué a lo alto del monte y vi, al otro lado, una inmensa sima o cañón, cuya oscura concavidad aún no iluminaba la luna. Me pareció que me encontraba en el borde del mundo, escrutando desde el mismo canto hacia un caos insondable de noche eterna. En mi terror se mezclaban extraños recuerdos del Paraíso perdido, y la espantosa ascensión de Satanás a través de remotas regiones de tinieblas.

Al elevarse más la luna en el cielo, empecé a observar que las laderas del valle no eran tan completamente perpendiculares como había imaginado. La roca formaba cornisas y salientes que proporcionaban apoyos relativamente cómodos para el descenso; y a partir de unos centenares de pies, el declive se hacía más gradual. Movido por un impulso que no me es posible analizar con precisión, bajé trabajosamente por las rocas, hasta el declive más suave, sin dejar de mirar hacia las profundidades estigias donde aún no había penetrado la luz.

De repente, me llamó la atención un objeto singular que había en la ladera opuesta, el cual se erguía enhiesto como a un centenar de yardas de donde estaba yo; objeto que brilló con un resplandor blanquecino al recibir de pronto los primeros rayos de la luna ascendente. No tardé en comprobar que era tan sólo una piedra gigantesca; pero tuve la clara impresión de que su posición y su contorno no eran enteramente obra de la Naturaleza. Un examen más detenido me llenó de sensaciones imposibles de expresar; pues pese a su enorme magnitud, y su situación en un abismo abierto en el fondo del mar cuando el mundo era joven, me di cuenta, sin posibilidad de duda, de que el extraño objeto era un monolito perfectamente tallado, cuya imponente masa había conocido el arte y quizá el culto de criaturas vivas y pensantes.

Confuso y asustado, aunque no sin cierta emoción de científico o de arqueólogo, examiné mis alrededores con atención. La luna, ahora casi en su cenit, asomaba espectral y vívida por encima de los gigantescos peldaños que rodeaban el abismo, y reveló un ancho curso de agua que discurría por el fondo formando meandros, perdiéndose en ambas direcciones, y casi lamiéndome los pies donde me había detenido. Al otro lado del abismo, las pequeñas olas bañaban la base del ciclópeo monolito, en cuya superficie podía distinguir ahora inscripciones y toscos relieves. La escritura pertenecía a un sistema de jeroglíficos desconocido para mí, distinto de cuantos yo había visto en los libros, y consistente en su mayor parte en símbolos acuáticos esquematizados tales como peces, anguilas, pulpos, crustáceos, moluscos, ballenas y demás. Algunos de los caracteres representaban evidentemente seres marinos desconocidos para el mundo moderno, pero cuyos cuerpos en descomposición había visto yo en la llanura surgida del océano.

Sin embargo, fueron los relieves los que más me fascinaron. Claramente visibles al otro lado del curso de agua, a causa de sus enormes proporciones, había una serie de bajorrelieves cuyos temas habrían despertado la envidia de un Doré. Creo que estos seres pretendían representar hombres... al menos, cierta clase de hombres; aunque aparecían retozando como peces en las aguas de alguna gruta marina, o rindiendo homenaje a algún monumento monolítico, bajo el agua también. No me atrevo a descubrir con detalle sus rostros y sus cuerpos, ya que el mero recuerdo me produce vahídos. Más grotescos de lo que podría concebir la imaginación de un Poe o de un Bulwer, eran detestablemente humanos en general, a pesar de sus manos y pies palmeados, sus labios espantosamente anchos y fláccidos, sus ojos abultados y vidriosos, y demás rasgos de recuerdo menos agradable. Curiosamente, parecían cincelados sin la debida proporción con los escenarios que servían de fondo, ya que uno de los seres estaba en actitud de matar una ballena de tamaño ligeramente mayor que él. Observé, como digo, sus formas grotescas y sus extrañas dimensiones; pero un momento después decidí que se trataba de dioses imaginarios de alguna tribu pescadora o marinera; de una tribu cuyos últimos descendientes debieron de perecer antes que naciera el primer antepasado del hombre de Piltdown o de Neanderthal. Aterrado ante esta visión inesperada y fugaz de un pasado que rebasaba la concepción del más atrevido antropólogo, me quedé pensativo, mientras la luna bañaba con misterioso resplandor el silencioso canal que tenía ante mí.

Entonces, de repente, lo vi. Tras una leve agitación que delataba su ascensión a la superficie, la entidad surgió a la vista sobre las aguas oscuras. Inmenso, repugnante, aquella especie de Polifemo saltó hacia el monolito como un monstruo formidable y pesadillesco, y lo rodeó con sus brazos enormes y escamosos, al tiempo que inclinaba la cabeza y profería ciertos gritos acompasados. Creo que enloquecí entonces.
No recuerdo muy bien los detalles de mi frenética subida por la ladera y el acantilado, ni de mi delirante regreso al bote varado... Creo que canté mucho, y que reí insensatamente cuando no podía cantar.

Tengo el vago recuerdo de una tormenta, poco después de llegar al bote; en todo caso, sé que oí el estampido de los truenos y demás ruidos que la Naturaleza profiere en sus momentos de mayor irritación.
Cuando salí de las sombras, estaba en un hospital de San Francisco; me había llevado allí el capitán del barco norteamericano que había recogido mi bote en medio del océano. Hablé de muchas cosas en mis delirios, pero averigüé que nadie había hecho caso de las palabras. Los que me habían rescatado no sabían nada sobre la aparición de una zona de fondo oceánico en medio del Pacífico, y no juzgué necesario insistir en algo que sabía que no iban a creer. Un día fui a ver a un famoso etnólogo, y lo divertí haciéndole extrañas preguntas sobre la antigua leyenda filistea en torno a Dagón, el Dios-Pez; pero en seguida me di cuenta de que era un hombre irremediablemente convencional, y dejé de preguntar.

Es de noche, especialmente cuando la luna se vuelve gibosa y menguante, cuando veo a ese ser. He intentado olvidarlo con la morfina, pero la droga sólo me proporciona una cesación transitoria, y me ha atrapado en sus garras, convirtiéndome irremisiblemente en su esclavo. Así que voy a poner fin a todo esto, ahora que he contado lo ocurrido para información o diversión desdeñosa de mis semejantes. Muchas veces me pregunto si no será una fantasmagoría, un producto de la fiebre que sufrí en el bote a causa de la insolación, cuando escapé del barco de guerra alemán. Me lo pregunto muchas veces; pero siempre se me aparece, en respuesta, una visión monstruosamente vívida. No puedo pensar en las profundidades del mar sin estremecerme ante las espantosas entidades que quizá en este instante se arrastran y se agitan en su lecho fangoso, adorando a sus antiguos ídolos de piedra y esculpiendo sus propias imágenes detestables en obeliscos submarinos de mojado granito. Pienso en el día que emerjan de las olas, y se lleven entre sus garras de vapor humeantes a los endebles restos de una humanidad exhausta por la guerra... en el día en que se hunda la tierra, y emerja el fondo del océano en medio del universal pandemonio.

Se acerca el fin. Oigo ruido en la puerta, como si forcejeara en ella un cuerpo inmenso y resbaladizo. No me encontrará. ¡Dios mío, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!

Howard Philips Lovecraft.

sábado, 18 de agosto de 2012

La niña bonita



Soy Manuel, tengo veintiún años. En unos meses cumpliré veintidós, pero aún no, aún tengo veintiuno. Estudio octavo de enfermería y hago el servicio en el “Santa Martha”, un hospital privado que está por el centro de la ciudad, pero en una colonia de dinero, de esas en las que la gente en sus casas no hace ruido. Entro a la una y ya voy retrasado.

Voy en el autobús, estoy sentado del lado de la ventanilla porque me gusta sentarme del lado de la ventanilla, de esa manera puedo mirar hacia afuera sin que parezca que estoy viendo a quien esté a mi lado y resulte incómodo. Aunque normalmente nunca miro nada que me llame la atención… hoy parece ser la excepción: una niña muy bonita está en la parada y se prepara para abordar; el autobús se detiene y ella sube; el tiempo también se detendría si esto fuera una película de pubers de las que pasan los sábados por la tarde en las que las mujeres entran y agitan su larga cabellera en slow. El tiempo sigue su curso normal, pero en mi cabeza hago como que se detiene y miro su cabello, que es negro y sí es algo largo pero está aprisionado por una coleta; su piel es blanca, a mí me gustan las pieles blancas, siempre me imagino que tienen que saber a leche y a mí me gusta la leche, pero sólo la que viene en envase de cartón, porque siento que tiene más estilo, no como esos insípidos recipientes de plástico; creo que el recipiente de cartón le da un sabor peculiar a la leche y por eso me gusta más; eso sin contar, que uno puede ponerse a leer el cartón de leche y sus promociones o avisos durante un desayuno a solas y sin periódico, pero cuándo se ha visto que alguien se ponga a leer un envase de plástico, eso debe ser para perdedores.

Precisamente hoy el día había comenzado mal, pues al parecer Joaquín se había terminado el último litro de leche que quedaba, y seguro lo hizo sólo por molestar, porque a él ni le gusta la leche como me gusta a mí, pero así es Joaquín, nada más le interesa estar chingando. Tuve que ir a la tienda para comprar otro cartón de leche, para poder prepararme mi tazón diario de cereal y empezar el día como se debe: por eso se me hizo tarde, todo por culpa de mi hermano… bueno, ya se largará algún día… me pregunto si a la niña bonita también le gustará la leche.

La observo pagar el pasaje y veo el color lila de su liga de cabello que combina con su pequeña blusa de tirantes. Sus pechos son pequeños pero están bien proporcionados de acuerdo a su cuerpo, debe andar rondando los quince o los dieciséis, lleva un pequeño y ajustado short de mezclilla color azul que deja ver la silueta de sus glúteos que, debo decir, me resultan muy apetecibles: son una perfecta culminación para ese par de piernas.
No podría verse mejor, y vaya que yo sé de piernas, pues mi madre, que es masajista, en ocasiones me dejaba ver cómo le daba masajes a sus amigas cuando yo era pequeño. Les cobraba veinte pesos por un masaje de una hora; ella, mi madre, se dedicó profesionalmente a eso de los masajes, y ahora de vez en cuando sale en televisión pues la invitan a mostrar cómo trabaja, a explicar los beneficios que los masajes les pueden dejar a las televidentes; ella está feliz, pues sus apariciones generalmente son en esos programas de mediodía que a ella tanto le gustaba ver mientras hacía la comida. Hoy iba salir mi madre en televisión. Me hubiera gustado verla… seguramente ella estaría de acuerdo en que la niña bonita tiene unas piernas perfectas.

Ella se acerca y se sienta junto a mí. Sé que debería hablar con ella, pero nunca he sido bueno para manejar estas situaciones… bueno, entiendo básicamente lo que tengo que hacer: hablarle. Pero eso no quiere decir que sea algo fácil, siempre me pongo demasiado nervioso y la oportunidad se me va… la veo, y más titubeante que decidido…

- ¡Hola! – dejo salir en un acto involuntario.

...creo que la he saludado, pero como no estoy seguro de haberlo hecho en voz alta decido voltear a verla y cerciorarme: aún me queda la esperanza de haberlo dicho sólo para mí, que haya sido algo inaudible para cualquier otra persona.

- ¡Hola!- dice ella con voz dulce y sonríe.

Ella es gentil y su voz es tal como me había imaginado cuando vi su rostro, yo estoy muy tenso, estoy sudando y ella sigue sonriendo; trato de verla directamente y articular una frase, la que sea, pero no lo logro; no existe forma de que ella pudiera gustarme más. Sus ojos son negros y enormes. Yo intento corresponder la sonrisa, pero mis músculos están tan tensos que no logro sonreír, en el intento sólo consigo dibujar una mueca extraña sobre mi rostro que parece cualquier cosa menos una sonrisa: eso me hace sentir tan incómodo que decido volver a la seguridad que me da la vista de la ventanilla.
Después de algunas miradas curiosas que me brindan algunos transeúntes me doy cuenta de que esa mueca todavía está en mi cara.

Pasados algunos minutos mis músculos faciales van volviendo a la normalidad, y yo pienso que debería voltear y decirle algo más, al fin y al cabo ya di el primer paso que es el de mayor dificultad, sólo que no sé qué decir pues ya han pasado más de cinco minutos desde el saludo sin que nadie haya dicho nada. De todas formas yo estoy decidido: le voy a preguntar su nombre, ella me lo dirá y me preguntará el mío, yo se lo diré y luego la plática fluirá.

Espero que a la niña bonita le guste la leche, yo nunca podría estar con una mujer a la que no le gustara la leche: “Nunca te cases con una mujer a la que no le guste la leche, no sirven para tener hijos” solía decir mi madre; nunca entendí muy bien lo que quería decir con eso, pero no importa, debe tener la razón, después de todo, mi madre nunca me mentiría…

Volteo hacia ella, ella está viendo al frente. Estoy decidido a preguntarle su nombre, pero justo cuando estoy por hablarle, el bolsillo de su short empieza a timbrar.

- ¿Bueno?... ¡hey, hola!… sí, ya voy en camino… llego como en diez o quince minutos… bye, besos.

La veo hablar por el móvil y después colgar. Me desanimo. Eso de “besos” casi aniquila toda esperanza de éxito en este intento de conquista casa-trabajo. Sin duda tiene novio, aunque podría tratarse solamente de un amigo, o alguna amiga... ¿una tía?, su mamá; las mujeres son muy cariñosas entre ellas, podría incluso tratarse de su abuela, las personas le mandan besos a las abuelas todo el tiempo. No las culpo, es más fácil que visitarlas.

Estoy viendo por la ventanilla y reconsiderando el plan, pues no estoy seguro de que mi anterior, y muy repentina, seguridad siga en pie... creo que lo mejor sería hablarle porque es muy probable que no tenga otra oportunidad, además si sale mal lo más seguro es que no la vuelva a ver. Debería aprovechar el momento, porque situaciones como éstas no se viven todos los días, una vez cuando…

El camión hace una parada y veo a la niña bonita caminar por la banqueta. Ella se aleja y se pierde en una calle. Qué importa, seguro que no le gustaba la leche.

Es la una con veinte y estoy en el “Santa Martha”: llegué tarde. Saludo a Carlos. Carlos es mi amigo. Está algo loco pero me cae bien. Mi compañero de trabajo es un tipo bastante peculiar, probablemente su descripción pudiera sonarles algo dura, pero no encuentro otra manera de definirlo, y es que él es necrófilo y homosexual: esa combinación irremediablemente me hace desear que él muera primero que yo. Sé que tal vez no se oye como una buena persona, pero cuando expone sus razones, y explica por qué no afecta a nadie con su pasatiempo, las cosas no sólo no suenan tan mal, sino que termina uno por comprenderlo y hasta poniéndose un poco de su lado. Nunca he entendido cómo se las arregla para satisfacer sus necesidades, porque hasta donde yo sé él siempre ha sido pasivo, pero tampoco estoy preparado para pedirle detalles: la curiosidad resulta aún reprimible. Tal vez un día no muy lejano las cosas cambien y entonces las dudas se disipen.

Carlos y yo hemos entrado a la morgue en repetidas ocasiones y me ha invitado a ser partícipe de sus aficiones, respetando mis preferencias claro está, pero siempre he tenido que rechazar sus atenciones.

Carlos es un buen amigo, él siempre me ha procurado mucho: una vez llegó una mujer rubia que estaba bastante bien: era bailarina desnudista, la había matado su esposo en un ataque de celos; tenía tres puñaladas en el vientre; Carlos la limpió y quedó perfecta, como si nada hubiera pasado: la había arreglado sólo para mí; la palidez de su piel me resultaba excitante. Es la vez que más tentado me he sentido, pero tuve que negarme: nunca me han gustado las mujeres rubias.
Mi peculiar compañero se sirve de dos o tres ejemplares por mes, yo soy algo distinto, yo sólo me conformo con besar y acariciar los cuerpos de las mujeres inconscientes cuando los familiares están fuera o están dormidos. Carlos me dice que eso es más peligroso y que debería ser como él y jugar a lo seguro, pero no me importa porque yo soy muy cuidadoso y los familiares nunca se dan cuenta; lo hago mientras cambio las sábanas de las pacientes que me resultan particularmente jóvenes y atractivas, siempre me aseguro de que nadie me esté viendo antes de hacerlo. Me encanta cambiar las sábanas.

El día está lento. No hay mucha actividad en el hospital, así que nos ponemos a platicar con Sonia, la recepcionista:

- ¿No vieron a la que llegó hace rato?- nos pregunta
- No- contestamos Carlos y yo
- Tiene un hoyo en la cabeza, es como del tamaño de una pelota de beisbol- nos asegura la mujer emocionada y haciendo la mímica de sus palabras.

Como Carlos es algo morboso, y no creo estar sorprendiendo a nadie al mencionarlo, nos dirigimos a la morgue. Y la veo, ahí está ella.

- Es “la niña bonita”- digo yo.
- ¿Quién?- pregunta Carlos.
- “La niña bonita”- digo, y luego miento- no recuerdo cómo se llama, pero veníamos platicando en el autobús de camino acá.
- ¿Te gusta?
- Me gustaba más sin ese boquete en la cabeza.
- Eso lo arreglo en cinco minutos- dice él y se dispone a cumplirlo.

Yo la veo a ella mientras Carlos saca de su bata, con gran agilidad, bolsas con algodón, agua oxigenada, hilo, aguja, maquillaje y más objetos de los que no puedo percatarme. En menos de los cinco minutos que había presumido la niña bonita está lista y luciendo justo como la había visto algunas horas atrás.

- Uno siempre debe estar preparado, no hay nada como un cuerpo fresco- dice mi amigo mientras limpia y guarda los residuos de su trabajo.

Carlos pone un condón en mi mano y sale del lugar, diciendo:

- Hay que tener cuidado, nunca se sabe cuándo te vas a topar con un enfermo.

Él siempre cita esa frase con un tono de ironía, y nunca ha dejado de parecernos divertida.
Ahora me encuentro solo frente a ella. Sí, Carlos siempre ha sido un muy buen amigo. Veo a la niña bonita, allí, acostada sobre la plancha de metal. Está tapada hasta el cuello con una sábana azul, tomo la sábana y la empiezo a bajar, sus pechos quedan al descubierto. El tono de su piel ahora asume un ligero toque azulado, sus pezones tienen un tono rosa claro: están algo resecos, como todo su cuerpo. Decido humedecerlos con mi boca, sigo con el resto de su seno que cabe en mi mano con facilidad. Tenía razón: su piel posee ese sabor a leche. La despojo de la sábana por completo y puedo ver su sexo que está oculto tras una tenue capa de delgados bellos café, y me quedo inmóvil, contemplándola. Estoy aquí, solo, frente a ella: “la niña bonita”, “mi” niña bonita.

Y en este momento, al verla acostada, desnuda, hermosa, perfecta, y yo con su sabor a leche aún en mis labios y deseando bebérmela por completo, no puedo otra cosa que pensar: “¿Por qué no?”.

Israel Landeros

viernes, 17 de agosto de 2012

Lo fatal

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos…!

Rubén Darío.

jueves, 16 de agosto de 2012

Recicladores de Almas.


La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma


Recuerdo aquél día en que morí, atrincherado en una barda, fusilado por aproximadamente 6 militares al mando de un General, es lo único que recuerdo, lo demás no a la perfección, mucho menos de memoria, sólo sé que fue quizás en la Revolución Española, la Mexicana, ó la primera guerra mundial (ó en cualquier otra batalla del siglo XX), convirtiéndome así en un exrebelde español, mexicano, ó un judío según sea el caso, ó desde un aspecto más general en un anti fascista.

Recuerdo también los últimos instantes antes de mi muerte, cómo el sol iluminaba mi rostro como queriéndome salvar ó al menos los últimos instantes hacérmelos amenos dedicándome, haciéndome tributo con sus hermosos rayos, junto con ello asimismo recuerdo el dolor de cada bala, como estas penetraban tibiamente mi “china” y temerosa carne, pienso quizás se asemeja dicho dolor al de este hierro que me acaba de marcar el cual ha despertado en mí dicho recuerdo.

Sí, si se lo preguntan, ahora soy un ternero, quizás pronto lo olvide y me olvide ya que sea depositado en una sartén en un restaurant ó una parrilla dependiendo, posteriormente ser tragado, claro primero matado sin sufrimiento, es al menos lo que he escuchado en mi vida anterior; en los rastros se mata sin sufrimiento, al parecer tratan de imitar un tipo de eutanasia, pero ese no es el punto.

Si además se preguntan dónde anduve, ó que hacía mi alma (por decirlo de manera que universalmente se entienda, ó esa sustancia trascendental) mientras estuve muerto, ó más si hubo un Dios, lo único que con certeza puedo decir al respecto es; Hubo una gran nada. Y es absurdo decirlo porque todo, lo único que había eran partículas conocidas como “recicladores de almas”, esas mismas condenadas que todo lo originaron partiendo de la nada, esos cientos de dioses que son todo y nos conforman, junto con esa ilusión que nos obsesiona: el tiempo, haciéndonos en efecto prácticamente dioses.

Dichas partículas al parecer no son tan inteligentes pues olvidaron borrar todo vestigio de pensamiento ó memoria en mí…

D.D. 16/08/2012

miércoles, 15 de agosto de 2012

Los dos reyes y los dos laberintos


Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. 

Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. 

Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. 

Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto mejor y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. 

Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso".
           
 Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquel que no muere.




Jorge Luis Borges

domingo, 12 de agosto de 2012

Untitled


Hoy no estoy bien, me vendría bien morir por unas horas,
Y cansarme de estar muerto, y levantarme a vivir de nuevo.
Hoy el frío viento, ese que tanto me gusta,
Lastima mis maltrechos huesos.
Mientras, espero que se haga de noche y venga el sueño,
Sueño de instantes eternos.
Posteriormente ser un Lázaro y levantarme de nuevo,
A vivir la vida, espero…

Paradoja.


Mientras golpeo el teclado con la esperanza de ese futuro impreso, en un lenguaje codificado que hago y es mi  presente y ha pasado, el tiempo constantemente me consume junto con tu pensamiento, tu imagen, imagen que coloniza mi conciencia, mi cerebro, y procuro quede bien grabada.

Podría morir en cualquier instante, y que mejor muerte que diciéndote te quiero, esperando que este breve escrito sea tu presente momentáneo, y para mí el futuro eterno…

jueves, 9 de agosto de 2012

Visiones de un profeta.











Esta mañana imaginé mi muerte:
despeñado en el coche o de un balazo.
Me tuve lástima. Lloré por mi cadáver un buen rato.
Hablé luego, de vacas, del gobierno,
de lo cara que cuesta ahora la vida, 
y me sentí mejor, un poco bueno.
Iba a decirte que estoy realmente enfermo.
Como sin piel, herido por el aire, 
herido por el sol, las palabras, los sueños.
Se me ha trepado en la nuca un cabrón diablo
y no me deja quieto.
Ulcerado, podrido, hay que vivir,
a rastras, a gatas, apenas, como puedo.

Jaime Sabines.

martes, 7 de agosto de 2012

Haiku




Los ciudadanos cansados
de la triste selva artificial
acuden como títeres a su entierro...

lunes, 6 de agosto de 2012

Nosotros los dinosaurios.



Nacimos así
en medio de esto
mientras rostros de tiza sonríen
mientras doña muerte ríe
mientras los ascensores se rompen
mientras panoramas políticos se disuelven
mientras el chico del supermercado
termina la Universidad
mientras peces envueltos en petróleo
escupen su aceitosa plegaria
mientras el sol está enmascarado.
Nacimos así
en medio de esto
en medio de guerras prudentemente enloquecidas
en medio del paisaje de fabricas con ventanas
rotas y vacías
en medio de bares en donde la gente ya no habla
en medio de peleas que pasan de los puños a
las armas y a las navajas.
Nacimos en esto
entre hospitales tan caros que es más barato morirse
entre abogados que te cobran tanto, que es más
barato declararse culpable.
En un país donde las cárceles están llenas
y los manicomios cerrados.
En un lugar donde las masas elevan a los ineptos
a la categoría de héroes.
Nacimos en esto
caminamos y vivimos
a través de esto
muriendo por esto
mutando por esto
silenciados a causa de esto
castrados,
abusados,
desheredados
por esto,
engañados por esto,
usados por esto,
jodidos por esto,
enloquecidos y enfermos por esto,
convertidos en seres violentos
convertidos en seres inhumanos
por esto.
Los corazones están ennegrecidos
los dedos buscan las gargantas
al revolver
la navaja
a la bomba
los dedos se dirigen hacia un Dios insensible
que no responde.
Los dedos van a la botella
a las pastillas
a la pólvora.
Hemos nacido en medio de esta lastimosa devastación
hemos nacido en medio de un gobierno endeudado
hace 60 años
que pronto no podrá pagar siquiera los intereses
y los bancos arderán
y el dinero no servirá para nada.
Habrá asesinos libres e impunes por las calles
habrá pistolas y mafias oficiales.
La tierra se volverá inútil
los alimentos serán una recompensa que se esfuma.
El poder nuclear estará en manos de la mayoría
explosiones sacudirán la tierra.
Hombres robot afectados por radiaciones
acecharán a otros hombres.
Los ricos y los elegidos observarán
desde plataformas espaciales.
El infierno de Dante parecerá
un juego de niños.
El sol ya no se verá y será siempre noche
los árboles morirán
toda la vegetación morirá
hombres afectados por radiaciones comerán
la carne de otros hombres afectados por radiaciones.
El mar estará contaminado
los lagos y los ríos desaparecerán
la lluvia será el nuevo oro.
Un viento oscuro esparcirá el hedor de
cuerpos putrefactos de hombres y animales
los escasos sobrevivientes serán, asediados
por nuevas y horribles enfermedades.
Y las plataformas espaciales se irán
destruyendo por el desgaste y la
escasez de provisiones
y el simple efecto de la decadencia general.
Y entonces surgirá de eso
el silencio más hermoso
jamás oído
y el sol todavía ahí, oculto
estará esperando el próximo capítulo...

Charles Bukowski.

domingo, 5 de agosto de 2012

Nacimiento.



All in all you´re just another brick in the Wall…

He venido a pagar cara la condena, el pecado de los vivos,
A ser partícipe de algo que no elegí,
A estar plagado, lleno hastiado de incertidumbre,
Así fui arrojado al mundo.


Para consumir lo que no necesito, y sólo no estar a la onda por dicha razón jejejjee... 

Obligado a actuar bien, a temer al mal, y a los demonios, cuando estos son indefinibles
Y en muchas, muchas ocasiones lo mejor de la existencia.

A ser esclavo de la vida, a temer a la muerte,
Soportar la mediocridad, el respeto para todos…
Y a trabajar y trabajar,
Y ser engañado…
Obligado a encontrar la felicidad en el dinero en lo material,
Ser uno más del montón,
Vivir siempre bajo un régimen, obedecer, obedecer, religiones, leyes, convenciones sociales, la normatividad-mediocridad…

A drogarme, medicarme para soportar siempre el presente,
Y viviendo por el futuro inalcanzable
Y el dinero y trabajo siempre por delante,
Y los fines de semana de exceso, el resto trabajo

Y a hartarme de comer, de dormir, de beber y trabajar y no ser pleno,
a acudir a los cines, plazas, leer libros, y hacer algo, ese algo que no entiendo...


Así supongo uno es arrojado al mundo
Sin elección alguna, sólo pretendiendo jugar a ser arquitectos de nuestro destino
Cuando este ya está pre escrito,
Una realidad donde la misma muerte es costosa y la vida dolor puro…