Te he buscado para saber quién soy, y yo
no sé quién soy.
Hanni Ossott
Ernesto
Siempre solía dar algunas aguerridas fumadas a su delicado mientras esperaba en
alguna banca vacía de la gran ciudad frente a Cualquier templo la llegada de
Paula.
Cotidianamente
veía al mismo viejo jugando con el perro que antaño desde que la espera se
prolongaba en aquella vacía banca había visto crecer, lo que era un pequeño
cachorro ahora era todo un semental jugando con aquél indigente que lo poseía .
Ciertamente
Ernesto en ninguna ocasión vio a Paula, salvo una vez en la cual ésta a través
de una red social se decidió a enviarle una desteñida foto, en la cual se
vislumbraba apenas un paisaje en medio del cual ésta aparecía solitaria, digo
apenas porque la foto no tenía pigmento alguno, parecía una foto de algún otro
siglo, de algún otro lugar.
Durante
las mañanas hasta el mediodía Ernesto se empeñaba arduamente en la oficina, los
mismos labores, la captura diaria de datos, el mismo tecleo en la vieja
computadora como autómata. Casi cada día de la semana se había tornado para
aquél solitario hombre rutina, es decir, rutina como la mismísima fotografía
que orgullosamente guardaba de su amada junto con sus empecinadas esperanzas de
su llegada, sabía que nada cambiaría, que cualquier día saldría a la calle, y
encontraría a las mismas personas, al mismo indigente en el mismo lugar haciendo
desatinar al perro ya crecido.
Sabía
que todo no era más que ir perdiendo el pigmento como en la taciturna
fotografía de su anónima amada, es decir concebía la vida como una perpetua
espera en medio del envejecimiento y la podredumbre.
Un
día Ernesto se decidió a imprimir inconscientemente aquella fotografía, ¿qué
era lo que veía?, una chica delgada de tez morena, de joven edad, de una mirada
hermosa que ningún otro instante podría capturar jamás, no existiría cámara
pensaba Ernesto, ni en un millón de años que iguale dicha obra de arte, ni
siquiera el mismo tiempo, si este se regenerara seguro no sería lo mismo.
Ese
mismo día un poco cansado decidió Ernesto abandonar el trabajo una hora más
temprano de lo común, reportándose ante recursos humanos como enfermo. Lo
cierto es que desde aquél día de la espera perpetúa Ernesto había adelgazado
casi en exceso, en su rostro se pintaron unas grandes ojeras, como las que se
pintan en el rostro de quien nunca descansa, de quien va en la búsqueda
perpetúa de lo in-buscable, lo inalcanzable.
Ernesto
decidió ir a aposentarse más temprano de lo común en lo que desde hace 2 años fuera
su melancólico recinto, en la misma banca que sólo el paso de los años y la
enfermedad que estos traen le quitarían, las felicidades de la incorruptible
ilusión de verla un día llegar, tan tibia y solitaria como en la fotografía.
Aquél día no fue la excepción, como solía hacerlo día tras día tomó asiento,
con la vaga esperanza de que Paula llegara.
Su
mano como si fuera anónima, ese objeto parcial cobrando vida de pronto se
introdujo, penetró sin consideración a su bolso, sacando el retrato de su anónima
amada, cuando fue consciente de la acción, de lo que había en su mano, y que anteriormente
estaba en su bolso Ernesto se sorprendió, rápidamente echó un vistazo a aquella
vieja fotografía, y lo que vio en aquél rostro, en el rostro de su joven amada,
fueron sus propios ojos, su rostro y cuerpo capturado ahora en otra vieja fotografía,
vista por alguna otra mujer, alguna otra anónima mujer cuyo destino sería la
espera perpetua en cualquier otra banca, viendo a un indigente jugando con su
perro, y el paso del tiempo cuya cuenta será medida por cada cigarrillo que
ésta fumara, y la desesperación perpetua
de lo inalcanzable...