¿Por qué lloras? Preguntaba Úrzula
al pequeño Joaquín mientras caminaban por la colorida alameda adornada por
edificaciones victorianas.
¿Por qué lloras carajo? Le preguntaba
de nueva cuenta, ésta vez de modo persuasivo interpelando alguna respuesta
certera.
No sé, dijo Joaquín, a la par que
se frotaba largamente los ojos; inhaló y exhaló con la mirada perdida en el
horizonte, allá donde se dejaba de apreciar la larga alameda.
¡Todo es efímero! Dijo de súbito,
a dicha frase añadió lo siguiente;
Nada puede permanecer, los árboles que
conforman ésta avenida aunque longevos algún día desaparecerán, incluso tú Úrsula,
tú pronto morirás yo moriré, es el estado normal de las cosas. Todo es
entrópico el día a cada momento renace y muere, esa es la tendencia, algún día
simplemente nos haremos mierda y el tiempo seguirá corriendo.
Muchos de nuestros ancestros
creyeron que su vida era lo real, que lo que veían, y oían era un
inquebrantable dogma, hasta que la muerte les llegó. Qué más da ser rey o peón
si la partida al final siempre se pierde, amanece nuestra efímera aurora para
lentamente marcharse.
Extraño las cosas que no he
visto, y las que no veré, todo a cada momento me deja una desazón y un
desconcierto inquebrantable que gente idiota como tú no puede ver.
De aquello que el pequeño Joaquín
decía, Úrsula no entendía ni una cagada
a ciencia cierta.
En un instante que fue nada, el pequeño Joaquín hábilmente se
escabulló de los gordos brazos de Úrsula, con sus pequeños piés corrió hacia el puente peatonal
de la calle independientes, que se encontraba a escasos 8 metros, procedió a
subir los largos peldaños del mismo, una
vez en la cúspide se lanzó al vacío...
Entonces abrió los ojos de nueva
cuenta, se palpó con agitación, la luna se alcanzaba a dibujar en el espejo que
contenía su recámara, se palpó con estrépito, ¡estaba vivo!, se sintió
desdichado pues todo había sido un mal sueño, pronto una nueva aurora volvería
a aparecer, para desdibujarse...