Habíamos acordado
acudir al suculento balneario en familia el primer domingo de vacaciones. Yo
había tratado de postergarlo.
Los domingos
siempre son pésimos días si uno acostumbra a beber los sábados. Quien acostumbra
hacerlo acordará conmigo.
05:00 am,
comenzaba a sonar el despertador, el presagio de que el plan se concretaría; eran
los switches de los focos encendiendo y apagando, pisadas rápidas por todo el
lugar, el sonido del wáter tragando agua tempranamente a su vez.
¡Alístate!
Por quinta ocasión
me decían al unísono mis padres.
Para ser franco
aquellas reuniones jamás me habían agradado. De las idas a los balnearios sólo
me queda el recuerdo de la dermis quemada, y una fatiga insoportable después de
aquellas jornadas por algunos tan añoradas.
De aquello
recuerdo el fatídico intento de los padres o los tíos según el caso intentando encender
el carbón para cocinar, la conducta histérica de las tías o madres tras haberse
percatado de haber olvidado algún esencial ingrediente para la cocción de la
mierdera carne. (qué habrían pensado nuestros ancestros de nuestras conductas)
!Alístate, sexta llamada! a mi puerta, y yo pensando; ¡ni
una mierda!
De momento entre
aquella resaca de madrugada me vino a mente, en aquél momento sería preciso ser
un objeto impreciso para que así dejasen de molestar.
¡Puta madre,
siempre lo mismo! escuché una voz furiosa, seguido el auto familiar arrancaba…
No pude más que
sentir felicidad, me habían dejado, eché un vistazo al reloj, las 06:00 a.m, me
dormiría por otro par de horas.
El sol traspasaba
por mi ventana, tomé el teléfono: las 12 horas, varias llamadas perdidas de mis
familiares. Por un momento pensé lo peor. a menudo la resaca nubla las ideas de
uno e incluso a nivel fisiológico produce ansiedad o un efecto similar a la
rabia.
Bajé los peldaños
para llegar hasta la cocina, tenía varios mensajes en el mobil, pero no quería
mirarlos sin antes beber un poco de agua. Abrí el frigorífico, encontré una
caguama a la mitad, y le di un largo trago.
Abri la puerta,
eché un vistazo a la cochera, posteriormente tomé asiento, y ahí miré el
carbón, cerrado, intacto, justo debajo del azador.
Aún quedaba un poco
de cerveza en aquel envase, pensé; ¡éste será un día para recordar!