domingo, 23 de septiembre de 2018

La Evaluación


La desaparición de algunos afiches y escritos de sobremesa en el aula, con algunos de nuestros garabatos cuyo contenido era altisonante, fueron los primeros indicios de la serie de monstruosos acontecimientos que se avecinaban. Conforme pasaban los días la urbana 118 fue misteriosamente vaciándose dejando en todos nosotros un gran enigma.

A ciencia cierta de aquella época no podría declarar algo certero, sin embargo juro lo que a continuación narro, es totalmente verídico. Todo inició aquel nublado martes de Verano, justo 3 semanas después de que hubiesen iniciado las clases, uno a esa edad no sabe mucho, no sabe que al tomar algunos centímetros más, que al ser capaz de abordar el bus por cuenta propia y haber logrado tomar el posa manos finalmente, uno no sabe que cuando uno crezca todo será horrorífico, que no será necesario más acudir a la casa de los espantos para asustarse, pues las situaciones cotidianas por sí mismas lo harán, pero uno a esa edad es  un pibe y anda loco en los juegos y en los sueños, al punto de que quedarse tranquilo es prácticamente imposible, uno quiere conocer, y sobre todo vivir, vivir.

Recuerdo que presagiaba algo terrible justo cuando me ingresaron en soledad al aula para ser examinado por la señorita M. Ella determinaría mi grado de aptitud para poder cursar el nivel primario básico en aquél cruento instituto.

Una mirada estrábica y lúgubre se posó en la mía justo cuando apenas ingresaba en aquella solitaria aula.

“Siéntese joven”, me increpó.

Aquél lugar era oscuro, la atmósfera pesada, apenas se colaba  un tenue rayo de luz a través de las maltrechas cortinas de aquél salón. El lugar olía a hierbas, a azufre, tenía un humor bastante concentrado. Sobre la mesa de la vieja M. yacía una horripilante taza con la imagen y forma de baphomet. Aquello daba un aspecto más espeluznante a la evaluación.

Mis manos estaban a punto de deshacerse en sudor, aunque se portó amable en todo momento conmigo, sabía que ocultaba algo, muy en el fondo ocultaba algo…

Mis piernas no podían sostener un minuto más mi maltrecho y tembloroso cuerpo, obedecí, me senté en aquél pupitre incómodo de madera, que más que un mueble diseñado para el estudio, parecía un artilugio de tortura de la edad media.

 A partir de aquél momento, todo fue mal para mí, sin saber por qué, me sumí en un mar de lágrimas, en aquél instante lo único bueno de aquella habitación era el aroma del café azucarado que recién había preparado la señorita M, para pasar el tiempo mientras me evaluaba.

Todo el tiempo, durante el transcurso de aquella hora seguí sintiendo aquella mirada amenazadora sobre mí, pude sentir cómo mis lágrimas humedecían con el transcurso de los segundos las hojas de mi examen, de pronto todo lo que había en él comenzaba a extinguirse de manera progresiva.

Tiempo, dijo

Sentí un gran alivio al escuchar aquellas palabras, me levanté de súbito, pude notar al momento de precipitarme hacia el pórtico de salida, cómo mi pantalón iba haciéndose cada vez más pesado, producto de mi orina.

Al salir me sentí por completo aliviado, creí que no volvería a aquél lugar, y cabe señalar, hubiese sido mejor que así pasara…

A todos nos alistaron como militares el día de ingreso, tanto a chicas y chicos, todos enfilados, nuestra individualidad comenzaba a esfumarse, en dicho lugar todos seríamos iguales, e iríamos día tras día por un mismo objetivo que a ciencia cierta desconocíamos. Aquello era un verdadero campo de concentración, día tras día cada simbolismo aprendido acababa con una parte de nosotros, y nos iba introduciendo a una maquinaria desconocida pero real.

…El primero en ya no regresar fue Rodolfo, cuando se le ocurrió cuestionar, qué había detrás de los números y del órden, por qué uno más uno sería dos, y porque no tres, o por qué no abeja más perro nigeriano andaluz podría ser igual a mil ochocientos noventaicinco.

Fue mandado a dirección y de ahí nunca volvió.

El misterio no es solo la expulsión de Rodolfo del instituto, sino el hecho de haber desaparecido así sin más, sin dejar rastro de,  fue como si de súbito  hubiese dejado de existir, o hubiese pasado a otra dimensión. A las prácticas de soccer dejó de acudir, de repente era un anónimo para todos menos para sus camaradas quienes le conocíamos.

Lo raro fue cuando me dirigí finalmente a su hogar, con la finalidad de indagar directamente con su madre qué había sido de él.

La facción que dibujó su rostro al momento de yo hacer aquella pregunta fue de una diferencia atroz; no conozco a ningún Rodolfo, nunca lo he conocido, debe estar equivocado niño me dijo...

Ante mi insistencia amenazó con llamar a los policías, razón por la cual me ví obligado a ceder.

Al llegar a casa mis padres ya me esperaban bastante enojados. Las razones las desconocía, pronto me di cuenta que la madre del ausente Rodolfo los había telefoneado diciéndoles que había alterado la paz en su hogar.

Les platiqué lo sucedido, la desaparición espontánea y perpetua de nuestro amigo y compañero, después de ingresar a la dirección de la urbana 118 y no se lo creyeron, me juzgaron de loco, decidieron que tenía que ver a un psicólogo, pues nada de aquello estaba sucediendo, aunque yo tenía la certeza cartesiana de que sí.

Fue triste cómo el aula se fue vaciando cuando comenzaron a desaparecer con el paso del ciclo escolar más y más  compañeros de la misma enigmática forma, tras ser sorprendidos jugando…

 Decidí dejarlo todo…

Un halo de melancolía me embargó, dejé a mi familia, mis amigos antes me dejaron , renuncié a la enigmática sociedad, me abrí paso para intentar forjar otro mundo donde la ausencia y la violencia se tornasen términos enciclopédicos, vestigiales, términos encontrados en un mundo rudimentario  y viejo.
Comencé a vagar por las calles siendo un anónimo, sabiendo que no me buscan, y que no hago falta.

Hoy redacto éste informe no como una queja ni como un documento histórico, lo redacto simple y llanamente con la finalidad de que sociedades futuras sean testigos del terror que en alguna ocasión padecimos.