La desaparición de algunos afiches
y escritos de sobremesa en el aula, con algunos de nuestros garabatos cuyo
contenido era altisonante, fueron los primeros indicios de la serie de
monstruosos acontecimientos que se avecinaban. Conforme pasaban los días la
urbana 118 fue misteriosamente vaciándose dejando en todos nosotros un gran
enigma.
A ciencia cierta de aquella época
no podría declarar algo certero, sin embargo juro lo que a continuación narro,
es totalmente verídico. Todo inició aquel nublado martes de Verano, justo 3
semanas después de que hubiesen iniciado las clases, uno a esa edad no sabe mucho,
no sabe que al tomar algunos centímetros más, que al ser capaz de abordar el
bus por cuenta propia y haber logrado tomar el posa manos finalmente, uno no
sabe que cuando uno crezca todo será horrorífico, que no será necesario más
acudir a la casa de los espantos para asustarse, pues las situaciones
cotidianas por sí mismas lo harán, pero uno a esa edad es un pibe y anda loco en los juegos y en los
sueños, al punto de que quedarse tranquilo es prácticamente imposible, uno quiere
conocer, y sobre todo vivir, vivir.
Recuerdo que presagiaba algo
terrible justo cuando me ingresaron en soledad al aula para ser examinado por
la señorita M. Ella determinaría mi grado de aptitud para poder cursar el nivel
primario básico en aquél cruento instituto.
Una mirada estrábica y lúgubre se posó en
la mía justo cuando apenas ingresaba en aquella solitaria aula.
“Siéntese joven”, me increpó.
Aquél lugar era oscuro, la
atmósfera pesada, apenas se colaba un
tenue rayo de luz a través de las maltrechas cortinas de aquél salón. El lugar
olía a hierbas, a azufre, tenía un humor bastante concentrado. Sobre la mesa de
la vieja M. yacía una horripilante taza con la imagen y forma de baphomet. Aquello
daba un aspecto más espeluznante a la evaluación.
Mis manos estaban a punto de deshacerse
en sudor, aunque se portó amable en todo momento conmigo, sabía que ocultaba
algo, muy en el fondo ocultaba algo…
Mis piernas no podían sostener un
minuto más mi maltrecho y tembloroso cuerpo, obedecí, me senté en aquél pupitre
incómodo de madera, que más que un mueble diseñado para el estudio, parecía un
artilugio de tortura de la edad media.
A partir de aquél momento, todo fue mal para
mí, sin saber por qué, me sumí en un mar de lágrimas, en aquél instante lo
único bueno de aquella habitación era el aroma del café azucarado que recién
había preparado la señorita M, para pasar el tiempo mientras me evaluaba.
Todo el tiempo, durante el
transcurso de aquella hora seguí sintiendo aquella mirada amenazadora sobre mí,
pude sentir cómo mis lágrimas humedecían con el transcurso de los segundos las
hojas de mi examen, de pronto todo lo que había en él comenzaba a extinguirse
de manera progresiva.
Tiempo, dijo
Sentí un gran alivio al escuchar
aquellas palabras, me levanté de súbito, pude notar al momento de precipitarme
hacia el pórtico de salida, cómo mi pantalón iba haciéndose cada vez más
pesado, producto de mi orina.
Al salir me sentí por completo
aliviado, creí que no volvería a aquél lugar, y cabe señalar, hubiese sido
mejor que así pasara…
A todos nos alistaron como
militares el día de ingreso, tanto a chicas y chicos, todos enfilados, nuestra
individualidad comenzaba a esfumarse, en dicho lugar todos seríamos iguales, e
iríamos día tras día por un mismo objetivo que a ciencia cierta desconocíamos.
Aquello era un verdadero campo de concentración, día tras día cada simbolismo
aprendido acababa con una parte de nosotros, y nos iba introduciendo a una
maquinaria desconocida pero real.
…El primero en ya no regresar fue
Rodolfo, cuando se le ocurrió cuestionar, qué había detrás de los números y del
órden, por qué uno más uno sería dos, y porque no tres, o por qué no abeja más
perro nigeriano andaluz podría ser igual a mil ochocientos noventaicinco.
Fue mandado a dirección y de ahí
nunca volvió.
El misterio no es solo la
expulsión de Rodolfo del instituto, sino el hecho de haber desaparecido así sin
más, sin dejar rastro de, fue como si de
súbito hubiese dejado de existir, o hubiese
pasado a otra dimensión. A las prácticas de soccer dejó de acudir, de repente
era un anónimo para todos menos para sus camaradas quienes le conocíamos.
Lo raro fue cuando me dirigí
finalmente a su hogar, con la finalidad de indagar directamente con su madre
qué había sido de él.
La facción que dibujó su rostro
al momento de yo hacer aquella pregunta fue de una diferencia atroz; no conozco
a ningún Rodolfo, nunca lo he conocido, debe estar equivocado niño me dijo...
Ante mi insistencia amenazó con
llamar a los policías, razón por la cual me ví obligado a ceder.
Al llegar a casa mis padres ya me
esperaban bastante enojados. Las razones las desconocía, pronto me di cuenta
que la madre del ausente Rodolfo los había telefoneado diciéndoles que había
alterado la paz en su hogar.
Les platiqué lo sucedido, la
desaparición espontánea y perpetua de nuestro amigo y compañero, después de
ingresar a la dirección de la urbana 118 y no se lo creyeron, me juzgaron de
loco, decidieron que tenía que ver a un psicólogo, pues nada de aquello estaba
sucediendo, aunque yo tenía la certeza cartesiana de que sí.
Fue triste cómo el aula se fue
vaciando cuando comenzaron a desaparecer con el paso del ciclo escolar más y
más compañeros de la misma enigmática forma,
tras ser sorprendidos jugando…
Decidí dejarlo todo…
Un halo de melancolía me embargó,
dejé a mi familia, mis amigos antes me dejaron , renuncié a la enigmática
sociedad, me abrí paso para intentar forjar otro mundo donde la ausencia y la
violencia se tornasen términos enciclopédicos, vestigiales, términos
encontrados en un mundo rudimentario y
viejo.
Comencé a vagar por las calles
siendo un anónimo, sabiendo que no me buscan, y que no hago falta.
Hoy redacto éste informe no como
una queja ni como un documento histórico, lo redacto simple y llanamente con la
finalidad de que sociedades futuras sean testigos del terror que en alguna
ocasión padecimos.