Don
Manuel era un ciudadano ejemplar clase media, ortodoxamente católico, conocido
en toda la colonia no por el famoso negocio de tamales del cual era acreedor,
si no por su personalidad extrovertida y positiva, siempre saludando a todo
vecino en la colonia, y ofreciendo su ayuda en todo momento cuando alguien la
necesitaba, un individuo realmente altruista.
Enviudó
cuando tenía alrededor de 50 años, ó no sé si eran más ya que siempre se le ha
visto joven, al menos su alma lo es, aunque su pelo es canoso y su rostro cansado, digamos
que su aspecto físico dice lo contrario.
Su
esposa llamada Catalina fue siempre una mujer sana, delgada, salía al parque a
caminar, el parque por donde Manuel tenía su negocio de tamales que
anteriormente pertenecía a su padre don Manuel. Según me narraban mis abuelos
esos tamales eran el éxtasis en la colonia, las señoras gordas presurosas jalando
a sus hijos de la mano como queriéndoles arrancar el brazo mientras estos
jugueteaban distraídos acudían tempranamente e incluso era un fenómeno peculiar
de homogenización que hasta la fecha lo observaba es decir los mismos patrones,
como si fuera un ritual sempiterno.
Catalina
esposa de Manuel poseía una personalidad demasiado introvertida, no hablaba con
casi nadie en la colonia, sólo utilizaba sus energías vocales para aspectos
necesarios como para pedir algo en la tienda, ó algún convencionalismo como
decir buenos días apenas, como si le costara trabajo articular una simple frase,
y aunque a ciencia cierta me considero una persona hasta cierto punto introvertida
y huraña, siempre observé mientras hacía fila en las tortillas y coincidíamos, un
cúmulo de misterios que albergaba la mirada de catalina con esa sonrisa media
decaída.
Y no
fui el primero, supongo que las mujeres suelen ser más observadoras. Las voces
y los rumores en torno a Catalina no se hicieron esperar, corrían por todo
aquél sector, era tema de conversación especialmente de las mujeres mientras
barrían la calle, ó mientras se encontraban en la cola esperando a ser
despachadas por Esperanza la mujer de la tortillería que a diferencia de Catalina
andaba siempre con una gran sonrisa pintada en el rostro.
Siempre
se escuchaban las características ó interrogantes tan triviales que le
adjudicaban y que pueden sonar hasta a clisé, porque cuando se habla en grupo
de otra persona nunca se es creativo, el pensamiento se limita tanto, que sería
mejor existir solos y quedarnos callados como la hermosa Catalina solía hacer;
“¿Por qué será tan callada?”, “que sangrona es Catalina,” “será porque no tiene
hijos” , “¿Por qué no le ayudará a Manuel con la venta de tamales?” y tópicos
de esa índole que siempre parecen no tener sentido más que el único sin-sentido,
sin-razón de hablar por hablar, ó dicho en otras palabras gastar saliva a lo
estúpido…
Doña
Catalina fue siempre un enigma para todos los vecinos en la comunidad, y más
aún su prematura muerte a la corta edad de 45 años, era una mujer hermosa, como
lo he mencionado anteriormente gozaba de buena salud, al parecer según Manuel
fue un paro cardiaco, algún tipo de infarto fulminante, nunca aclarado, y hacía
bien en dejar la interrogante y brindar pocos datos de su muerte, pues
realmente a sus clientes y a los habitantes de sus alrededores, de su barrio
qué nos importaba
El
servicio funeral de catalina fue demasiado rápido, acudieron al sepelio gran
cantidad de personas, algunos familiares de catalina, que en realidad y para
ser precisos fueron pocos, los demás vecinos amarillistas y chismosos pretendiendo
brindar su apoyo a don Manuel (que al menos a mí me pareció su misión era más
la de terminar con la azúcar, las galletitas, el café, y tamales que había
preparado para los asistentes) , el cual se veía realmente tranquilo
como si no fuera a vivir en soledad el resto de sus días.
Poco
pasó para que Manuel se “repusiera,” realmente poco tiempo, al siguiente día de
haber incinerado a su mujer, a la mujer que amaba, volvió al trabajo, felíz se le veía, no había
rastro de luto en su persona.
Pasaron
algunos años, yo dejé la ciudad (específicamente la colonia), debido a
cuestiones laborales el negocio de Manuel siguió creciendo por un tiempo.
Debo
aclarar antes de concluir esta narración que los tamales de Manuel eran los
mejores del rumbo, no sólo de la colonia, su especialidad eran los de carne,
esos llamados rojos, ó verdes, eran los de mayor demanda. Personas de colonias
aledañas llegaban a hacer colas eternas para adquirir por una módica cantidad
uno de esos tamales acompañados de un atole.
Al
regresar después de mucho tiempo (realmente unos tres años) me sorprendí al ver
el pequeño local que ocupaba el negocio de don Manuel en renta. Indagué un poco
al respecto y como argumento general obtuve que al parecer don Manuel fue
arrestado. Tenía ciertos antecedentes penales por homicidio, al parecer la vida
que llevaba fue algo turbulenta, nunca se pudo comprobar que él hubiese
cometido dichos actos catastróficos y denigrantes, por lo cual fue puesto en
libertad. Posteriormente conoció a Catalina y contrajeron nupcias. Después de
muerta ésta, y de una ardua investigación se comprobó que el cadáver de la
susodicha nunca llegó al horno, mucho menos al panteón.
Al
parecer don Manuel hizo pedazos al cancerígeno, maltrecho y hermoso cuerpo de Catalina y lo guisó. Puedo imaginar el olor
a cabellos quemados, si es que no rapó el cadáver antes de hacer cocción con
este, el frío olor a metal de la sangre que emanaba el cuerpo hermoso de catalina,
mientras la hacía pedacitos para que cupiera en la olla.
El
cadáver de doña Catalina terminó siendo un manjar para los clientes (y ahí me
incluyo) de don Manuel sin que lo supieran, lo paradójico del caso fue que
aquello tuvo lugar en el mismísimo funeral de la hermosa Catalina, igual los
tamales aún hechos con carne humana seguían siendo ricos y más de una carne de
un cuerpo tan hermoso como el de Catalina …
Después
de ser arrestado don Manuel aceptó los cargos en su contra, y las
aproximadamente 500 demandas (500 tamales hechos con un cuerpo humano, 500
tamales devorados por la clientela) que interpusieron los mismos.
Para
ser sincero dicho acto me pareció un poco falso e hipócrita por parte de todos
aquellos que acudieron al funeral, pienso; quizás Manuel hubiese tenido 501
demandas de haber incluído la mía, pero debo confesar que se lució con los
tamales, aquellos tamales de Catalina eran los mejores que había probado hasta
el momento acompañados, nadando en mares de salsa y picante, el rompecabezas
Catalina, el enigma que albergaba su trémula carne el alimento la hermosa
Catalina yacía en mí y en varias personas.
Dichos
tamales parecían haber sido hechos para los mismos dioses, quizás ninguno de los
hipócritas que actuaron de manera legal en contra de Manuel lo negaría, y de tener presente otros 1000
tamales de aquél simétrico y perfecto sabor, y de tener la oportunidad el juez
que lo condenó de probar alguno de ellos, estoy completamente seguro que lo exoneraría,
e incluso debo ser realista, los volvería a comer quizás así recordaría la vez
que realmente conocimos a la hermosa, a la cohibida Catalina…