Hora tras hora
como hojas va cayendo el tiempo de la vida, los momentos de las cosas gratas o
no gratas difícilmente se pueden retener, incluso en la memoria van muriendo. Dos
mil años caben en un instante perecen y renacen de súbito; ¿qué lugar ocupamos
en todo? Si nuestras vidas a pesar de parecer complejas son solo una partícula
subatómica que reside en otra partícula que a su vez intenta pasar por el ojo
de la aguja de alguien más grande.
Todo crece y
perece, a cada segundo las distancias y el tiempo se hacen más y más grandes,
quedamos estancados en el recorrido, transitando perpetuamente vectores, sin
llegar con precisión a ningún lugar.
Mientras más me
intereso por las “cosas de la vida” que yo a ciencia cierta considero vanas, me
percato de cuán ignorante soy.
La gloria, así
como cada momento son efímeros e inútiles, quiero para mí una memoria atemporal;
considerando que la conciencia determine a la existencia como decía Descartes.
Quiero el tiempo sin horas, la lengua desprovista de todo significado, ver las
cosas en su esencia tal cual son realmente: nada.
¿Por qué no
volver a las cavernas?
(Si es que
salimos de ahí en alguna ocasión…)