domingo, 25 de noviembre de 2018

Afiche de Otoño


Hora tras hora como hojas va cayendo el tiempo de la vida, los momentos de las cosas gratas o no gratas difícilmente se pueden retener, incluso en la memoria van muriendo. Dos mil años caben en un instante perecen y renacen de súbito; ¿qué lugar ocupamos en todo? Si nuestras vidas a pesar de parecer complejas son solo una partícula subatómica que reside en otra partícula que a su vez intenta pasar por el ojo de la aguja de alguien más grande.
Todo crece y perece, a cada segundo las distancias y el tiempo se hacen más y más grandes, quedamos estancados en el recorrido, transitando perpetuamente vectores, sin llegar con precisión a ningún lugar.
Mientras más me intereso por las “cosas de la vida” que yo a ciencia cierta considero vanas, me percato de cuán ignorante soy.
La gloria, así como cada momento son efímeros e inútiles, quiero para mí una memoria atemporal; considerando que la conciencia determine a la existencia como decía Descartes. Quiero el tiempo sin horas, la lengua desprovista de todo significado, ver las cosas en su esencia tal cual son realmente: nada.
¿Por qué no volver a las cavernas?
(Si es que salimos de ahí en alguna ocasión…)