Despierto de nueva cuenta sin
recordar que fue lo que soñé, ¿un terremoto?, eso creo fue ayer, es aún temprano, preparo un café que no tomaré
y vuelvo a dormir intentando a la par recordar lo que soñé para de esa forma
reanudar el sueño, pero es inútil. El deber afuera llama, pero la fatiga es más
fuerte. Un par de horas después despierto para beber el café ya frío, y
comienzo a alistarme.
No entiendo por qué he dormido un
par de horas más, a la par comienzo a repasar notas mentales de las cosas que
debo hacer durante el día, algunas de ellas son sólo ilusión o anhelo, pues
desde que las pienso sé que no las concretaré.
Después de haber ajustado una
bicicleta y haber dado una vuelta en ella para probarla mecánicamente decidí
salir a correr, a pesar de la hora y el sol, se me hizo una mañana aún fresca.
Correr, ayuda de repente a calmar
toda posible ansiedad que se presente en mi cabeza. El único problema que al
pensamiento acontece al correr es el estado físico, no hay más. No hay tiempo
para preocuparse por el trabajo, la familia, o pensar en vagos sentimientos.
Está el dolor latente y la
fatiga, la posible falta de oxígeno, y más atroz, el solo pensar no concretar la ruta, eso
posiblemente sea lo más aterrador, un músculo reventado, desgarrado que nos
deje a medio camino.
Una vez concretado el destino,
caen de nuevo todos los pensamientos trémulos de la vida cotidiana; las
cuentas, el posible desempleo, el futuro.
Correr es una apología contundente
de la vida, y posiblemente una metáfora de lo que ante sus adversidades debamos hacer.