Una gota de agua nunca es igual a
otra gota de agua ni una mesa a otra mesa lo esencial subyace siempre en
encontrar la diferencia he ahí la cuestión, aquellas palabras que repetía
Martínez a cada momento nunca las olvidaré, sobre todo por el trágico suceso
que a continuación se narrará.
Los días en la academia siempre
fueron más bien ordinarios, de lunes a viernes habría que acudir y cubrir 45
horas en la formación de nuevos elementos policiales, los días eran siempre
iguales, acudir de manera puntual, pasar lista, hacer las bromas rutinarias
para romper el hielo con los y las jóvenes y arrogantes cadetes, el café y las
pláticas con Martínez a la hora del desayuno donde de pronto divagaba sobre
cuestiones de índole metafísico tales como el tiempo, la muerte, la eternidad,
etc…
Como una enfermedad aquellas
conversaciones de Martínez lejos de quedar en el olvido tal y como yo esperaba
que fueran, se fueron atenuando, al punto de incapacitarlo. En un inicio
aquello sólo se presentaba como charla de café al inicio de cada ciclo, pensaba
yo era debido a la nostalgia, pero la temática se tornó periódica e incluso
incapacitante con el paso del tiempo.
Piénsalo bien D. nunca nada es
igual, me decía cada que lo miraba
Y ¿cómo sabes que yo soy el de
ayer?
Porque lo sé D, porque lo sé,
respondía de manera misteriosa.
A pesar de las recomendaciones de
excompañeros e incluso de su misma mujer María para que ya no le viera seguí
frecuentándolo con la vaga esperanza de que el mal que albergaba a Martínez
finalmente cediera. Las últimas charlas que mantuvimos en visitas a su casa se
tornaron para mí cada vez más enigmáticas e incluso escazas; Martínez en medio
de una atmósfera pesada en su oscura habitación siempre frente al televisor
ensimismado.
V
a de mal en peor decía su esposa
cada vez que le miraba, de repente sentí que aquél ambiente comenzaba a
enfermarme, comenzaba a creer firmemente en las palabras de Martínez.
Un episodio psicótico fue según
el peritaje psiquiátrico lo que llevó a Martínez a la muerte, cuando suceden
cosas así no se brindan detalles, pero yo sabía ,tenía la certeza de cómo Martínez
había muerto, se había lanzado por la ventana de su habitación en la segunda
planta justo en la madrugada atinando al cerco con vallas de manera precisa en
la cabeza, aquello le produjo un corte sagital en el cerebro que a su vez le
produjo primeramente sólo muerte cerebral, y posteriormente muerte total por
así decirlo.
Los días en la academia
continuaron normales, no puedo negar que extrañaba las visitas a casa de
Martínez terminando la jornada, aunque más que pláticas tuviesen aspecto de
cátedra impartida por alguna especie de loco. Fueron ordinarios los días hasta
que me volví detallista súbitamente me percaté que con el paso de los días algo
cambiaba en mi mujer, y en todas las personas a quien conocía, de repente tenía
ésa extraña sensación de que mi mujer no era mi mujer, de que el cerco no era
el cerco, y de que una gota de agua no era una gota de agua, nunca dije nada si
no es por la presente carta, pero ahora que estoy al borde del balcón en el
octavo piso del hotel G. lo confieso, Martínez tenía razón, como última
petición a quien encuentre esto le pido indague sobre las razones y piense en
aquello que nos llevó al abismo. Yo mientras caeré en el infinito como
Martínez, como una gota de agua, no una sino indefinidas veces, y cada una de
ellas será como todo lo que es parecido; diferente.