martes, 31 de enero de 2017

Como una gota de agua.

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Una gota de agua nunca es igual a otra gota de agua ni una mesa a otra mesa lo esencial subyace siempre en encontrar la diferencia he ahí la cuestión, aquellas palabras que repetía Martínez a cada momento nunca las olvidaré, sobre todo por el trágico suceso que a continuación se narrará.

Los días en la academia siempre fueron más bien ordinarios, de lunes a viernes habría que acudir y cubrir 45 horas en la formación de nuevos elementos policiales, los días eran siempre iguales, acudir de manera puntual, pasar lista, hacer las bromas rutinarias para romper el hielo con los y las jóvenes y arrogantes cadetes, el café y las pláticas con Martínez a la hora del desayuno donde de pronto divagaba sobre cuestiones de índole metafísico tales como el tiempo, la muerte, la eternidad, etc…

Como una enfermedad aquellas conversaciones de Martínez lejos de quedar en el olvido tal y como yo esperaba que fueran, se fueron atenuando, al punto de incapacitarlo. En un inicio aquello sólo se presentaba como charla de café al inicio de cada ciclo, pensaba yo era debido a la nostalgia, pero la temática se tornó periódica e incluso incapacitante con el paso del tiempo.

Piénsalo bien D. nunca nada es igual, me decía cada que lo miraba
Y ¿cómo sabes que yo soy el de ayer?
Porque lo sé D, porque lo sé, respondía de manera misteriosa.

A pesar de las recomendaciones de excompañeros e incluso de su misma mujer María para que ya no le viera seguí frecuentándolo con la vaga esperanza de que el mal que albergaba a Martínez finalmente cediera. Las últimas charlas que mantuvimos en visitas a su casa se tornaron para mí cada vez más enigmáticas e incluso escazas; Martínez en medio de una atmósfera pesada en su oscura habitación siempre frente al televisor ensimismado.
V
a de mal en peor decía su esposa cada vez que le miraba, de repente sentí que aquél ambiente comenzaba a enfermarme, comenzaba a creer firmemente en las palabras de Martínez.

Un episodio psicótico fue según el peritaje psiquiátrico lo que llevó a Martínez a la muerte, cuando suceden cosas así no se brindan detalles, pero yo sabía ,tenía la certeza de cómo Martínez había muerto, se había lanzado por la ventana de su habitación en la segunda planta justo en la madrugada atinando al cerco con vallas de manera precisa en la cabeza, aquello le produjo un corte sagital en el cerebro que a su vez le produjo primeramente sólo muerte cerebral, y posteriormente muerte total por así decirlo.


Los días en la academia continuaron normales, no puedo negar que extrañaba las visitas a casa de Martínez terminando la jornada, aunque más que pláticas tuviesen aspecto de cátedra impartida por alguna especie de loco. Fueron ordinarios los días hasta que me volví detallista súbitamente me percaté que con el paso de los días algo cambiaba en mi mujer, y en todas las personas a quien conocía, de repente tenía ésa extraña sensación de que mi mujer no era mi mujer, de que el cerco no era el cerco, y de que una gota de agua no era una gota de agua, nunca dije nada si no es por la presente carta, pero ahora que estoy al borde del balcón en el octavo piso del hotel G. lo confieso, Martínez tenía razón, como última petición a quien encuentre esto le pido indague sobre las razones y piense en aquello que nos llevó al abismo. Yo mientras caeré en el infinito como Martínez, como una gota de agua, no una sino indefinidas veces, y cada una de ellas será como todo lo que es parecido; diferente.