Habían pasado 9 días después de nuevo año, los días se tornaban cada vez
más pesados, la única esperanza como lo habían venido siendo los últimos 11680
días eran los fines de semana. 11680 parece poco pero es demasiado.
La jornada era larga y mala, después de aquél día lo había sido; sería una
fortuna escuchar la alarma a las 6:00 am
y despertar convertido en una cucaracha, pero no todos corremos la suerte del
buen Joseph K.
Sé que soñé, recuerdo haber soñado, pero con certeza no sé qué.
Sería un día laboral 09 de Enero de algún año con ninguna benévola novedad.
Desperté sabiendo que no sería el papa, una cucaracha o la reina de Inglaterra.
Así que lo de diario; encaminarse a la oficina y cumplir con la función
cotidiana, ducharse, alistarse, escuchar miles de mentiras, comer, defecar, ver
cada vez menos y trágicamente existir.
A las 06:01 Am pensaba como siempre para mis adentros: Dios si tuviese
opción, ¡Preferiría no hacerlo!
En momentos desesperados, me gusta pensar en que existen quienes están más
desesperados que uno, y que las preocupaciones que uno habita son meras
ficciones.
Bajo aquella premisa llegué a casa agotado, hambriento, después de una
jornada de casi 12 horas, abrí el refrigerador, ahí lo miré, un pedazo de pan
tradicional con asquerosas tiras de acitrón, de esos panes que albergan a lo
que simboliza el advenimiento de Jesús por éstas fechas.
Lo engullí, y en medio de aquella masa ya homogénea en mi boca entre el
moho y la levadura, lo encontré;
Aquella pequeña figura blanca y desnuda, pensé para mis adentros; ¡mi
suerte por fin ha cambiado!
A lo lejos de nuevo sonaba la alarma…
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