Desconozco mi genealogía, y cualquier otra, desconozco de dónde venga o a
dónde voy. Miles de veces cuando puedo, he soñado otro destino, andar a dos pies,
vivir tan solo por algunos instantes sin sentir ningún tipo de amenaza. Indeterminado
para mí es el tiempo y las palabras, Dios no me dotó de un lenguaje más allá
del instinto.
Vivo en una guerra perpetua en medio
de un claro-oscuro por el cual repto. Esto que narro es sólo producto de algo
que pasa por mi cabeza a la par de lo que miro. ¿Soñar? Posiblemente miento, nunca
lo he hecho han pasado solo imágenes, imágenes más allá del pensamiento de la
posibilidad de ser alguna otra forma. Mi forma de proceder quizás no tiene
expresión humana para ser descrita.
En una ocasión fue una nave tripulada por uno de ellos mientras cruzaba una
carretera, en otra un animal alado, muchas otras ocasiones hombres armados
pretendiendo terminar con mi vida. Desconozco mi identidad, y de dónde mi
fuerza proviene.
Pero a menudo lo he comprobado, sé, sé que algo maligno se instala en mi ermitaño
ser, una necesidad imperiosa de lenta y letal destrucción, de muerte y agonía, anulación
del ser, se hace presente en cualquier lugar en que lo dicte.
La primera ocasión de la cual tengo memoria fue cuando pretendí jugar con
un roedor, una simple mordida fue el fin de la existencia de aquella pequeña vida.
Fue proporcional, no tardé en sentir su sangre en mi paladar, sus signos con el
paso de los segundos irse extinguiendo y mis ganas in crescendo de devorarle,
no dejar un vestigio de aquella cosa.
Después de varias muertes similares, por un tiempo traté de alejarme de aquella
violenta vida, un predio olvidado me sirvió de refugio, en particular cierta banca
abandonada. Traté duramente de llevar una vida ascética, comer de los frutos
del huerto sin que notaran mi presencia mis anfitriones.
Un día la tranquilidad simplemente se esfumo; parecía haber formado una
humana reunión en mi abandonado lecho. Después
de escuchar chismes, anécdotas innecesarias, me sorprendí, no puedo mentir, me
sorprendía que no notasen mi aterradora presencia, esperé lenta y cautamente a
que se retirasen esos culos gordos de mi
aposento para ejecutar mi acto. Pero no fue así.
Entonces allí lo miré, ese pequeño tobillo, con calcetas de Mickey, en
medio de aquella algarabía, aquel tobillo en que como punta de lanza finalmente
ejecutaría mi depredador destino de nuevo.
La moneda estaba en el aire…
No hay comentarios:
Publicar un comentario