domingo, 4 de agosto de 2024

A la caza humana...

 

Desconozco mi genealogía, y cualquier otra, desconozco de dónde venga o a dónde voy. Miles de veces cuando puedo, he soñado otro destino, andar a dos pies, vivir tan solo por algunos instantes sin sentir ningún tipo de amenaza. Indeterminado para mí es el tiempo y las palabras, Dios no me dotó de un lenguaje más allá del instinto.

Vivo en una guerra perpetua en  medio de un claro-oscuro por el cual repto. Esto que narro es sólo producto de algo que pasa por mi cabeza a la par de lo que miro. ¿Soñar? Posiblemente miento, nunca lo he hecho han pasado solo imágenes, imágenes más allá del pensamiento de la posibilidad de ser alguna otra forma. Mi forma de proceder quizás no tiene expresión humana para ser descrita.

En una ocasión fue una nave tripulada por uno de ellos mientras cruzaba una carretera, en otra un animal alado, muchas otras ocasiones hombres armados pretendiendo terminar con mi vida. Desconozco mi identidad, y de dónde mi fuerza proviene.

Pero a menudo lo he comprobado, sé, sé que algo maligno se instala en mi ermitaño ser, una necesidad imperiosa de lenta y letal destrucción, de muerte y agonía, anulación del ser, se hace presente en cualquier lugar en que lo dicte.

La primera ocasión de la cual tengo memoria fue cuando pretendí jugar con un roedor, una simple mordida fue el fin de la existencia de aquella pequeña vida. Fue proporcional, no tardé en sentir su sangre en mi paladar, sus signos con el paso de los segundos irse extinguiendo y mis ganas in crescendo de devorarle, no dejar un vestigio de aquella cosa.

Después de varias muertes similares, por un tiempo traté de alejarme de aquella violenta vida, un predio olvidado me sirvió de refugio, en particular cierta banca abandonada. Traté duramente de llevar una vida ascética, comer de los frutos del huerto sin que notaran mi presencia mis anfitriones.

Un día la tranquilidad simplemente se esfumo; parecía haber formado una humana reunión en mi abandonado lecho.  Después de escuchar chismes, anécdotas innecesarias, me sorprendí, no puedo mentir, me sorprendía que no notasen mi aterradora presencia, esperé lenta y cautamente a que se retirasen esos  culos gordos de mi aposento para ejecutar mi acto. Pero no fue así.

Entonces allí lo miré, ese pequeño tobillo, con calcetas de Mickey, en medio de aquella algarabía, aquel tobillo en que como punta de lanza finalmente ejecutaría mi depredador destino de nuevo.

La moneda estaba en el aire…





No hay comentarios:

Publicar un comentario