Ignacio,
el Nacho, el “Nacho Pistachos”, mi viejo
abuelo siempre concurría al memorial campo de fut bol soccer llanero denominado
“la mancha” en un pequeño pueblo del cual no quisiera acordarme a ver jugar
futbol a los lugareños de aquella comunidad tempranito los domingos por la
mañana. Te lo cuento porque en alguna ocasión me llevó con él, sólo fue en una
ocasión, mi madre no me dejó ir con él nunca más primero porque ya nunca se
podría, y a posteriori y para iniciar ya imagino sus pretextos si el “Nacho pistachos”
siguiera con vida; “es que tu abuelo va con toda la intencionalidad de
embriagarse como vikingo en altamar”, sólo para que te des idea en cada medio
tiempo, digamos cuarenta y cinco minutos se tomaba hasta tres cartones de
cerveza él solito.
Lo
cierto era que mi abuelo era un filósofo y un alquimista de la palabra, desde
luego que frustrado, es decir; un poeta. Acudía a aquellos lugares para
adquirir inspiración decía, y claro que la obtenía, pero para dormir y quizás
en exceso, esas cervezas que se bebía lo elevaban demás quizás sólo en su
sueños
Me
acuerdo aquella peculiar tarde terregosa que jugaban los alacranes contra los
leones (Vaya ahora que lo pienso nombrecitos de equipos tan más creativos de
aquellos quienes jugaban en esa liga y claro nunca faltaban nombres como el
barza, ó la lluve házme el fuingado cavor) aquella tarde primaveral 21 de marzo
se jugaba una peculiar copa denominada con el mismo nombre (que chingaderas en
la mancha fluía creatividad) que duraba prácticamente todo el día, claro el
pretexto era la liga, el objetivo de quien acudía salír muy pedo, el objetivo
del dueño de aquél antro hacer felíz a las personas, el objetivo que yo
presenciaba aún apenas siendo un mocoso de 8 años, vender.
Así
que aquel día no fue la excepción y justo cuando dio inicio la patada mi abuelo
que estaba ya borracho, y yo también entrgándome a los albores del agua de Jamaica
y churros con chile del triciclo de carmelita, mi abuelo llevaba
aproximadamente unos 10 cartones yo unas 3 aguas y dos paquetes de churros con
sal y limón (y todavía le faltaba, y me faltaba) súbitamente me comenzó a
narrar una historia peculiar de porqué acudía a aquél campo; don Alfonso su
padre, y su padre que sería su abuelo, y mi tatarabuelo también lo
frecuentaban, le contó la historia que ahora ya me contaba, era como un tipo de
profecía de final de cada partido de final de liga, un tipo de profecía
combinada con marihuaneadas (aunque sólo la usaba ésta (la “marigüana”) para
untársela en las reumas) de mi abuelo y
trivialidades, ya saben cosas innecesarias de abuelos súbitamente me dijo mira
al cielo; cuando el balón alcance ese punto (justo al centro de la cancha) a una altura aproximada de 22 metros verás
algo espectacular, y así sucedió, repentinamente mi abuelo cayó redondo,
fulminado, muerto, tan muerto como le gustaban las cervezas que vendía doña
María…
No
sin antes emanar una luz intensa, amarilla de su corazón en aquél momento
estaba como en shock, sabía que mi abuelo estaría bien, que no pasaría nada,
pues él lo sabía. El hecho es que efectiva y tristemente falleció.
Nacho
pistachos, Ignacio Reyes, Mi abuelo dejaría de acudir de una vez y por todas
físicamente a aquél campo, a aquella dimensión donde la realidad pasaba en un
segundo, donde se añoraba la eternidad, pues ni esta bastaría para saciar las
pulsiones que cada individuo que frecuentaba aquel lugar conocía en sí mismo.
En
ese momento equipos contrarios, todos, hasta los que se acababan de “partir la
madre” se tomaron de las manos en círculo, rodeando al cuerpo de mi abuelo, en
efecto fue un fenómeno sobrenatural aquél que presencié, una comunión perfecta
dónde las rivalidades y los pleitos dejaron de importar aunque “el chuy” sabía
que el lunes cuando mirara al “toro” en el trabajo le pediría una disculpa por
el puñetazo que le dio durante el partido, ó “el chimue” se apologizaría con “el
Inge” por haberle recordado a su “jefecita”…
El
hígado al parecer los doctores estaba prácticamente deshecho desde hace 2 años,
y parte de su corazón también, pero su alma, esa alma de Ignacio mi abuelo, de
“nacho pistachos” como le llamaban los borrachines de aquél antro quedó intacta
y sería para siempre un enigma en aquél campo de la mancha…
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