domingo, 4 de marzo de 2018

Breve Relato de un Crimen

Yo no estoy loco, la culpa la tiene el televisor, crecí mirando el televisor.

Cuando al regreso de la escuela ví un pequeño corto animado, debían ser los picapiedra, o los supersónicos, cuando al regreso ví aquello me dejó marcado de por vida. Lo que me benefició y a la vez perjudicó tanto fue el hecho de vivir hasta cierto punto alejados de la sociedad. Mi padre un obrero borracho cuya constancia en el oficio de beber era mayor a la de tomar un oficio que se pudiese considerar serio, llevando ocasionalmente trabajos relacionados con la carpintería que implicaban el uso de herramientas que parecían armas medievales. Mi madre cuyo nombre era Sophie, como Sophie mi pequeña y difunta hermana, sólo ahora lo entiendo, ejercía el oficio cuya denominación tiene un símil a lo nombrado como prostitución. Mi familia nunca se percató de cuán disfuncionales éramos, para ser sincero nunca se percataron, al menos mis padres, porque no les dí la oportunidad.

No, no porque quisiera hacerlo, aunque ahora si lo pienso lo hubiese querido hacer, como enunciaba ése raro libro que me prestó el viejo Mike; un filósofo sloveno parafraseando a otro filósofo austriaco decía “no saben lo que hacen, pero lo hacen”…

No daré más largas y pasaré a los hechos que desencadenaron el cruento destino para mi maltrecha familia; el primer suceso que me marcó ya de pequeño fue la prematura muerte de mi hermana sophie, al nacer ella por un momento tuve (aún siendo muy joven) la vaga esperanza de que la situación cambiaría para todos en la familia, creía que al nacer ella las cosas se recompondrían, pero todo fue de manera muy distinta. Sophie al parecer no era en verdad mi hermana, a pesar de ello yo la quería como si lo fuera, la quería más de lo que pude haber querido a mi madre o padre. El nacimiento de Sophie atenuó los problemas en casa, porque mi padre se percató con el breve paso del tiempo de que no era en realidad su hija. Con ello comenzaron las contiendas cotidianas entre ambos, de las cuales yo era el chivo expiatorio, con el paso del tiempo comencé a desarrollar un tipo de cariño ambivalente hacia mis progenitores; por un lado los quería, y hubiese deseado que las cosas fueran de otro modo, pero por otro les deseaba lo peor.

Ir al colegio por momentos me reconfortaba, porque veía a los compañeros y amigos, miraba a sus vidas y yo añoraba que la mía fuese de la misma manera “armoniosa”. Por ejemplo que mi situación fuese como la de mi primer y único amor Gabriela. Su familia estaba compuesta por una estructura afín a la mía, o al menos eso era lo que yo quería mirar en aquellos momentos para mí tan dolorosos; un padre amoroso, una madre leal y fiel, y en finalmente un bebé angelical.

Al volver a casa la situación era hasta cierto punto distinta para mí, quemaduras de cigarro propagadas por mi madre si entraba de improviso mientras fornicaba con algún otro hombre, la ausencia perpetua de mi padre, en ocasiones solo lo encontraba tirado por las calles completamente ebrio.

Recuerdo aquél agosto cuando las cosas cambiaron por completo, desde entonces fui presa de una paranoia continua que no cesó hasta que concreté lo que podría denominar como venganza indirecta.
Volvía del colegio por la tarde con Gabriela, por el sendero nos separamos, ella hacia los barrios altos, yo hacia los bajos, en aquella ocasión sus padres no habían podido acudir a la escuela por ella, la tarde había sido lluviosa, jugueteábamos al ir caminando saltando sobre los charcos. Al llegar al maltrecho pórtico de mi casa que aquél día no había podido ir mejor, miré la vieja puerta de madera, pensé en que no importaría que pasara allá dentro, que viera, o que agresiones recibiera, nada podía alterar la perfección de aquél día. Todo aquello era solo una ilusión…

Al abrir la puerta me percaté que mi madre y mi padre lloraban, me alegré, porque finalmente después de tanto tiempo se encontraban juntos, lloraban desconsolados, abrazados, creí que debía ser algún tipo de reconciliación, que las cosas cambiarían, pero no fue así. Sophie había muerto.

Con el paso de los días mis padres decidieron juntarse de nueva cuenta y la relación se tornó más y más tóxica, asimismo con el paso de los años fui perdiendo la ingenuidad, me percaté de por qué Sophie había fallecido, básicamente había sido culpa de ambos.

La televisión me educó, miraba series policiacas y me comencé a obsesionar con las mismas, un día al llegar del colegio decidí que mi vida cambiaría moldearía a mis padres a mi manera. Miré una de esos cortos animados los supersónicos o los picapiedra, en uno de aquellos capítulos uno de sus personajes se da un fuerte golpe en la cabeza y cambia de perspectiva por completo.

Comencé a idear mi plan, comencé a pensar cómo haría cambiar de pensar a mis padres a mi forma, la epfianía para ejecutar mi plan maestro surgió a raíz de mirar a papá llegar del trabajo una noche, surgió cuando lo miré dejando caer su pesada hacha al volver del trabajo.

¿Qué miras Pendejo? Se dirigió a mí con voz de borracho
Tráeme una cerveza y no vuelvas hasta que no la consigas

Sali despavorido del living, sali a la calle, pero miré fijamente el hacha, caminé río abajo hasta que oscureció, la noche fue tormentosa, me instalé debajo del puente que conecta la zona alta, con la zona baja a través del río donde los yonquies solían acudir a consumir su dosis.

Ahí fue donde idee mi plan, me colaría a la casa al amanecer cuando mi padre ya estuviera ebrio, con él probaría. Al amanecer regresaba feliz a casa sentía aunque no ejecutaba mi plan, que lo que estaba a punto de hacer sería algo excelso.

Tomé ligeramente el pomo de la puerta, lo hice girar muy sigilosamente, y ahí encontré a mi padre tirado en el suelo frente al televisor junto a un cúmulo de latas vacías. Me dirigí con pasos lentos hasta el lugar donde había dejado el hacha. La tomé y comencé a sopesarla, era bastante pesada, comencé a hacer ejercicios breves con la misma, debía asegurarme que el impacto que diera con ella debía ser contundente. Hice alrededor de 5 minutos swing con la misma, como si le diera a una pelota inexistente de baseball con un bate. Hasta que finalmente me decidí. Caminé con el hacha, la alcé noventa grados, y la dejé caer fuertemente sobre mi padre. Al hacerlo cerré los ojos, al abrirlos para llevar de nueva cuenta el hacha al cielo me percate de algo terrible; mi padre yacía sin cabeza, un chorro de sangre no se hizo esperar, la mirada que vi en el rostro decapitado de mi padre era bastante aterradora. Dejé el hacha súbitamente, estaba bastante asustado, puesto que papá yacía muerto, pensé en limpiar el inmenso charco de sangre, pero opté en que lo haría ya que hubiese culminado todo el trabajo.

Hacer cambiar de pensar a mis padres sería más difícil con la ausencia de una cabeza, por esa razón opté por un método distinto con mamá. Tomé el pesado maso con el que papá solía cincelar. La operación fue básicamente la misma, sopesé el maso unos momentos, hice algunos swing´s, posteriormente le dí un trago a una de las cervezas medio vacía y tibia que había dejado mi difunto padre, sabía amarga, pero me tranquilizaba. Comencé a caminar de manera sigilosa a la habitación de mamá. Tomé el pomo, y sobre la masa encefálica de mi madre comencé a dejar caer el enorme maso, el primer sollozo de mi madre fue aterrador, casi tan aterrador como el rostro de mi padre decapitado. Posterior al primer sollozo comenzó a convulsionar. Seguí una vez tras otra, hasta que aquello que solía ser el cráneo de mi madre quedó hecho una masa confusa.

De nueva cuenta había fallado...

Intenté reparar el daño, lo primero que hice fue tomar un hilo con su respectiva aguja me sentía tranquilo a pesar de lo sucedido, cuando hice entrar el hilo en el ojillo me encaminé a levantar la cabeza de mi padre, aún estaba tibia, la tomé, la expresión de horror de aquél rostro era abrumadora, sin embargo tendió a parecerme indiferente, tras varios intentos fallidos finalmente pude unirla al maltrecho cuerpo. Posteriormente me encaminé hacia la habitación de mi madre, tiré su cuerpo maltrecho al suelo para hacer la cama, cambié las sábanas ensangrentadas, procedí a cambiar a mi madre. Deposité los cuerpos tanto de mi padre como de mi madre sobre la cama, finalmente mis padres estaban juntos de nueva cuenta.

Aún me hacía falta un bebé para complementar la familia…

Al siguiente día encaminándome hacia la escuela tomé el cuchillo, pensé en raptar al pequeño hermano de Gabriela, para de esa forma hacerlo parte de mi nueva familia, pero todo fue en vano, no reuní valor para hacerlo.


Al llegar a casa apenas giré el pomo de la puerta, la peste que emitían aquellos cuerpos en descomposición era sorprendente, me dirigí hacia la habitación de mis padres, la peste crecía conforme avanzaba, a pesar de la peste podías también respirar paz en el hogar, dirigí un saludo a mis padres, encendí el televisor y me puse a comer lucky charm´s al pie de la cama recordando que en ocasiones los golpes en la cabeza pueden ser hasta cierto punto efectivos.




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