A menudo el mejor bálsamo contra la desesperación es lo cotidiano. Llegar a
casa con el alma rota, y solo encender el televisor, darle oportunidad al
zapping y mirar la cosa más vulgar y desprovista de toda materia filosófica o
sentido.
Hay un gran alivio en el contemplar las cosas vanas de la vida, como
destapar una tras otra caguama y sin saberlo pensar cómo el tiempo se queda sin
su contenido; esos valiosos minutos que perdemos viendo el televisor mientras
la tia juana prepara cualquier alimento en una tarde de febrero, sin saber ni
preocuparse que jamás en un futuro los recuperaremos. Heidegger, Heráclito pueden
seguir esperando en el viejo y empolvado estante junto al solitario souvenir de
Mickey mouse
Entonces éste (el futuro) tan lejano que nos parecía llega, se aproxima,
como un golpe inesperado, devastador preguntando si pusimos atención a aquél
platillo que vimos momentos antes, años
antes cocinarse en el presagio de alguna fulana primavera.
Jamás de nuevo estaremos ni seremos como somos, pero las cosas vanas de la
vida, siempre permanecerán allí para días como éstos.
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